No alcanzó con unos estupendos veinte minutos, los primeros del partido, porque en los otros veinte el desgaste físico y los méritos del rival, un gran equipo, fueron demasiado, por eso la Argentina se despidió del Mundial de básquetbol de España con un doloroso 85-65 frente a Brasil.
Los últimos dos cuartos, y esa imagen de un Brasil arrollador, quizá resulten dolorosos, pero la Argentina hizo lo que pudo mientras el físico y el corazón se lo permitieron, después ya no hubo respuestas para detener a un rival que jugó un grandísimo partido.
Se cierra en España un ciclo, el mismo que comenzó a gestarse hace 16 años en el Mundial de Grecia, pero también se abre otro el que tiene a Facundo Campazzo, Nicolás Laprovittola, Marcos Delía, Tayavek Gallizzi, y Matías Bortolín, como abanderados. El básquetbol argentino tiene que saber gestionar ese futuro. Ese sería el mejor homenaje que se le podría hacer a la Generación Dorada.
A pesar de los tres puntos que los separaron al término del primer tiempo, el seleccionado redondeó una buena tarea en ese lapso gracias a la defensa, y a unos inspirados veinte minutos de Pablo Prigioni. El base cordobés no sólo manejó los hilos del equipo, sino que también se convirtió en un inesperado goleador (15 puntos en el primer tramo del encuentro, más 4 rebotes y 3 asistencias), ya que Luis Scola no tuvo un arranque auspicioso. Pero sin lugar a dudas la defensa fue fundamental, porque limitó a los principales jugadores brasileños, con excepción de Leandrinho y Gilherme, y además consiguió que se jugara al ritmo que más le convenía.
El panorama cambió diametralmente en la segunda parte. Mientras Argentina perdía el control del juego, Brasil crecía más y más, y no pasó mucho tiempo para darse cuenta que la historia cambiaba.
El equipo dirigido por Rubén Magnano comenzó a crecer en la lucha bajo los tableros, especialmente con Anderson Varejao; las diagonales de Leandrinho hacían mella en la defensa, y jugadores como Marquinhos y Neto encestaban mucho más de lo esperado.
Como si esto no fuese poco, a la Argentina se le cerraba el aro. La selección demoró casi cuatro minutos en convertir un su primer doble (Scola) del tercer cuarto. Sin el Scola que supo ser determinante, y con otros, como Nocioni, errados para el aro no podía pensarse en achicar la diferencia.
Los 10’ finales sólo sirvieron para el lucimiento de Brasil, y prolongar la agonía argentina. El final resultó amargo, pero tarde o temprano tenía que llegar. Quizá se lamente un poco porque fue ante un Brasil que, por esas ironías de la vida, es dirigido por uno de los hombres que más hizo por la Selección: Rubén Magnano.