Ni trabajo, ni escuela. Todo, absolutamente todo podía esperar. Es que alentar a Desamparados es parte de un culto que no tiene límites, al menos para su gente. Esa misma gente que hace cuatro años atrás se quedó atragantada con aquel frustrado intento de ascenso con escándalo incluido, ayer vivió su revancha. Llenó el estadio, se cansó de alentar, gritó el gol hasta quedarse sin garganta y festejó. Eso quería. A eso fue y sabiendo que en Tucumán no habrá chances de ser testigos, los 8.000 hinchas de Sportivo que llenaron su estadio, saben muy bien que hicieron historia. Que fueron testigos del primer intento directo de este Desamparados por llegar a la Primera B Nacional. Eso, nadie se lo podrá quitar.

Pero claro hubo una crónica de un día inolvidable que empezó muy temprano para varios con la necesidad de tener el boleto para vivir la primera gran final. Así, desde las 10 ya hubo tremendo movimiento en las boleterías y conforme avanzaron las horas, las colas para comprar entradas se estiraron muchísimo. Después vino el momento de esperar para entrar y tener el mejor lugar en las tribunas. La Popular Este fue la que más temprano mostró el colorido de la fiesta. Con 35 trapos dispuestos en todo el lateral, la Guardia Puyutana mostró orgullosa toda su artillería para el aliento. Los bombos, las banderas, el grito. Todo el repertorio con más de una hora de anticipación. Como para ir calentando el ambiente. Progresivamente, la Popular Norte y la Popular Sur se fueron cubriendo, todas con sus trapos y con ese inconfundible sentimiento de amor por Desamparados en cada gesto. Por último, las Plateas se llenaron de nombres conocidos, de viejas y nuevas glorias de Sportivo que no quisieron perderse la fiesta que tanto añoraron desde que volvieron desde la B local al Argentino A.

Todos, absolutamente todos, se emocionaron hasta las lágrimas con el gol de Beratz, incluso Miguel Guirado, el Lito, papá de Emanuel y del Toti, quien no pudo contener el llanto y la emoción. Pero así, hubo mil casos más. Sobraron las emociones y también la sensación de que a esta fiesta la llenaron de historia porque Desamparados se la debía y también su gente, que tanto la disfrutó. Era justicia. Lo necesitaban.