Era el momento. Después de tantos años de no ganar nada y de añorar casi con una lágrima por la mejilla aquella gesta del Coco Basile y sus muchachos en 1993 en Ecuador, Argentina quería que este año fuera el de su Copa América. Armó todo. Torneo, estadios, infraestructura menos equipo. Con el escándalo post Maradona como mochila, Sergio Batista fue el bendecido por Don Julio Grondona para manejar el equipo que con Messi y todas sus estrellas, debía ganar la Copa América. Empezó a los tumbos y terminó tumbado. No pudo con Bolivia en el comienzo y su final fue cantado contra Uruguay. En figuras, en equipo, quedó en deuda. Messi nunca pudo ser el mismo que el de Barcelona y el resto, más allá de todos los nombres que juegan y son figuras en el resto del mapa mundial, nunca fue un equipo.

Argentina terminó lejos del objetivo. Sin técnico, sin rumbo y con muchas cosas para replantearse. Luego, la llegada de Sabella no trajo demasiada claridad y en el inicio del camino hacia Brasil deja más dudas que certezas. La Copa América, esa que debió ganar y que no lo hizo, debía ser la base para este momento pre mundialista y no hay nada. Fue armar una Copa para nada. Esa es la conclusión que se llevó a Batista como víctima pero que no cambió demasiadas cosas en AFA.