Mis primeros recuerdos relacionados con un Mundial se remontan a México "70. La película, en tecnicolor, de la tercera consagración de Pelé con Brasil la ví en el cine Estornell (actual Teatro Municipal). Fue una siesta, imagino que del año siguiente. La larga cola para ingresar y el cine colmado acuden como vagos recuerdos de esa experiencia vivida cuando tenía 9 años y a la que fui llevado por mi padre.

Las imágenes en blanco y negro del gol de Muller a Holanda en la final de Alemania "74 no significaron un retroceso. Todo lo contrario: La TV en directo había llegado a San Juan.

Uno esperaba ansioso los partidos y se veía todos. Hoy es distinto. Ni mejor, ni peor. Diferente. La ansiedad y la pasión no cambiaron, sí la tecnología, que ha invadido la pantalla chica con innumerable cantidad de programas que integran a los jugadores a la familia. Uno puede desayunar con Messi, almorzar escuchando a Mascherano, cenar mirando a Maradona y antes de irse a dormir ver los entrenamientos, hasta de Nueva Zelanda, potencia del rugby, que recién ahora descubrió que también hay una pelota redonda.

Se terminó la Guerra fría. Cayó el Muro de Berlín. Internet invadió la vida de muchos. Cambió el mundo, pero la pasión que despierta el fútbol sigue intacta. El Mundial es un espectáculo único e irrepetible.