La entusiasta afición brasileña, incondicional seguidora de su selección de fútbol, pasó ayer de la fiesta y la samba a las lágrimas y la desesperación, después de que la "Canarinha’ cayera eliminada por Holanda.
Decenas de miles de personas ataviadas con banderas brasileñas y perfectamente uniformadas con los colores del equipo, se congregaron en la céntrica plazoleta del Vale do Anhangabaú, en Sao Paulo, para seguir en una pantalla gigantesca el encuentro.
La hinchada entró en estado de éxtasis cuando en el minuto 10 del primer tiempo Robinho marcó el primer tanto del partido y saboreó con tranquilidad el descanso con ventaja en el marcador.
Pero las cosas cambiaron de signo en la segunda parte. Un error de Felipe Melo que acabó con gol en propia puerta tornó el semblante de la afición. Y minutos después Melo fue expulsado por pisar a Robben, encima el segundo tanto de Holanda llegaba poco después con un cabezazo de Wesley Sneijder, y entonces llegó la desesperación para los aficionados, que no dejaban de mirar con ansiedad el inexorable paso de los minutos en el reloj, se aferraban con todas sus fuerzas a los crucifijos que traían con ellos y alzaban la vista al cielo en busca del último recurso: la mediación divina.
Los bailes y las sonrisas, los gritos de apoyo y la algarabía, la incontenible inclinación por la fiesta y la diversión que caracteriza al pueblo brasileño, se convirtió en llanto y decepción cuando el árbitro dio por finalizado el partido.
Los más optimistas intentaron esbozar con timidez una sonrisa y continuaron concentrados frente a la pantalla, ahora convertida en el escenario de un grupo musical, que con mucho ritmo hizo todo lo posible por convencer a la afición que la derrota de Brasil en cuartos de final, como ya ocurrió hace cuatro años en el Mundial de Alemania, será vengada en la próxima cita mundialista.

