Se acercan los 30 años de la patada que dejó afuera al ídolo zarateño
Promediaba el primer tiempo en Avellaneda. Tras recibir un pase de Giusti, el ídolo buscó dar media vuelta, pero una patada de Pablo Erbín, defensor de Estudiantes de La Plata, se lo impidió. En ese estadio, donde tantas veces fue ovacionado y tantas copas había levantado, se retiraba lesionado Ricardo Enrique Bochini. Era la fecha 11 del Torneo Clausura 1991 y, aunque nadie lo sabía en ese momento, se trataba de su último partido como profesional con la camiseta de Independiente.

A casi tres décadas de aquel día, el mundo del fútbol aún lo extraña dentro de la cancha, y el cariño que cosechó durante sus casi 20 años de carrera sigue creciendo. Su ciudad natal, Zárate, es testigo de eso, y la figura del “Bocha” se posiciona como una de las que más enorgullece al lugar. El ídolo rojo probó sus primeras gambetas en el barrio Villa Angus, lejos de los hoteles del centro, los campings, y los juegos de casino; en la calle Félix Pagola forjó sus primeros sueños de jugar al fútbol.
Lo que sí estaba cerca era el club Belgrano, donde Ricardo se fue a probar a los diez años, para estar ya en primera a los trece, jugando en la Liga de Zárate. El club que lo vio crecer cumplió su primer centenario de vida en 2020, y Bochini envió un afectuoso saludo, nombrándolo nada menos que como “mi club”. Las referencias del ídolo a su ciudad natal son constantes, en su libro autobiográfico Yo, el Bocha, cuenta que desde muy pequeño jugaba incontables horas al día en los potreros, para luego volver a la casa y ayudar a su madre con la huerta familiar, junto a sus ocho hermanos.
Sin embargo, su inminente talento lo llevaría a probarse y quedar seleccionado en uno de los clubes más importantes del país: Independiente. Para sus 19 años, ya era campeón del mundo con el rojo, y el pueblo Zárate lo había ascendido a referente. El resto es historia conocida: 638 partidos en el club de Avellaneda, 108 goles, más de 200 pases gol, 13 títulos (de los cuales 4 son Copa Libertadores), una estatua en las instalaciones, una calle y la pelea, todavía no perdida, del nombre del estadio. También, como si fuera poco, fue campeón del mundo con la Selección Argentina en México 86.
Un final no tan anunciado
Hace 30 años, cuando comenzaba la temporada 1991 del fútbol argentino, Bochini no creía que fuera la última. Como diría después, “pese a la edad, me sentía bien físicamente todavía, con ganas, con ilusión”. Aunque muchas veces los hinchas y amantes del fútbol no lo quieran aceptar, toda carrera tiene un final, y el ídolo de Zárate sabía que no era tan lejano. Más adelante, asumiría que se venía lesionando seguido. Seis meses antes del último partido, había tenido un problema similar. Además, en entrevistas posteriores, declaró que “ya no rendía lo mismo, los defensores me marcaban más”.
Sin embargo, ese día en Avellaneda nadie comprendía que la salida en camilla del ídolo sería la última. El defensor Erbín quedaría marcado como el villano que lo sacó de las canchas. Se reunieron varias veces y, si bien Bochini lo perdonó, los hinchas no: su hijo, fan del diablo, no puede ir a la cancha. En las siguientes tres décadas, la gente de Independiente, y todos los amantes del fútbol, sienten la falta de sus gambetas. Disfrutan de su juego único en los recuerdos que quedaron grabados para siempre; les transmiten a sus hijos cómo aquel pibe, orgullo de Zárate, llevó al rojo a la época más gloriosa de su historia.