Su trato seductor de muchacho de barrio que cultivó desde temprano en la ferretería familiar y el club que fundó junto a un grupo de vecinos fue la llave que le abrió la puerta a la posibilidad de desplegar la estrategia que llevó a Julio Grondona al sitial de hombre todopoderoso en el fútbol, el deporte que mueve o paraliza un país como la Argentina. Nadie, ni el más ambicioso político o sindicalista, pudo tener el poder perpetuo ni pudo dominar su área, aún más allá de sus límites, como lo logró Don Julio en los 35 años en que gobernó a piacere los destinos de fútbol. Grondona siempre se presentó como hombre afin al radicalismo, aún abrazándose al temible almirante Carlos Lacoste, quien lo puso en el poder de la AFA en aquellos años de oscuridad. Tres décadas después su manejo le permitió hacer negocios con el gobierno kirchnerista, que siempre puso a los derechos humanos como pilar basamental. Esta mixtura de seducción y poder la utilizó con los dirigentes de los clubes pequeños del ascenso y del interior que se sintieron escuchados, a sabiendas de que tenían que darle su voto. Y los de los clubes grandes supieron que el poder estaba en ese hombre de voz de ultratumba que lucía a modo de padrino su anillo del ‘Todo Pasa‘ que dejó de usar hace poco, tras la muerte de su esposa, la columna vertebral de su vida. Esa seducción y el saber esperar para que todo pase fue la alquimia que le dio una de sus victorias políticas más contundentes. Con la llegada de Carlos Menem al poder, el sector más ortodoxo del justicialismo intentó desbancarlo. Juan De Stéfano, entonces presidente de Racing, hombre de Herminio Iglesias, inició el camino de ‘peronizar‘ la AFA y planteó que con el radical Alfonsín debía irse el radical Grondona. Grondona esperó el momento. Fue durante la manifestación conocida como la ‘Plaza del Sí‘ que organizó y fogoneó Bernardo Neustadt desde la pantalla de TV para avalar la política neoliberal de Menem. En medio del golpeteo de los bombos del Tula, Grondona llegó caminando hasta el umbral de la Casa Rosada por Balcarce desde el Sur. A un costado llevaba del brazo a Antonio Alegre, presidente de Boca y radical, y del otro a Alfredo Dávicce, titular de River y también radical. ‘Venimos a apoyar al Presidente‘, respondió Grondona al ser consultado sobre su presencia en la Rosada por este cronista, al que la Jefatura de Redacción de DyN le había encomendado notas de color de aquella jornada del año noventa. Resultado: De Stéfano se quedó solo y al tiempo perdió poder en Racing, que entraba en su declive económico, casi hasta desaparecer. Grondona dijo una y otra vez querer sanear la economía de los clubes, pero si puede aparecer como una deuda pendiente de su gestión, la realidad marca que su poder se acrecentó justamente con las necesidades de esos clubes. Convirtió a la AFA en un ‘banco‘, como él mismo la definió, para financiar a los clubes. Fue ése un elemento fundamental para que cada cuatro años los candidatos a pelearle la elección se quedasen sin los avales necesarios para participar de la compulsa. Todos los clubes experimentaron una dependencia económica de AFA sostenida principalmente en la titularidad de los derechos de televisión por parte de la entidad, ahora negociados con Fútbol Para Todos.

Puso entrenadores de la selección y cuando quiso los sacó, sin echarlos. Tan fuerte se sintió con el tiempo que llegó a decir ‘ya no me importa mentir‘. Su muerte lo encontró en la transición de un entrenador a otro en la selección nacional, con la que estuvo cerca de darle su final de ciclo soñado. Ahora, le tocará a otro dirigente ocupar su lugar, pero Grondona no dejó escuela porque mientras estuvo en el sillón de la casa de Viamonte, fue su presidente y su patrón y la AFA fue sólo de él.