La decisión de Diego Maradona de darle la responsabilidad de atajar en un partido clave generó dudas. Es que Sergio Romero, aquel que en el 2007 pasó por la cancha de San Martín en un amistoso que jugaron los seleccionados juveniles de Argentina y Chile (empataron 2-2), es un desconocido para muchos argentinos. Su gran tarea en los Juegos Olímpicos de Beijing fue eclipsada por la figura de Messi.

Anoche rindió, probablemente, su éxamen más difícil: debutar en la selección mayor en un partido complicado. Y, más allá de la derrota, fue con un par de reacciones quien más contribuyó para mantener la esperanza hasta el final.

Muchos dirán, "tiene que besar los palos porque lo salvaron dos veces". Es verdad, pero el contribuyó metiendo dos manotazos para desviar los remates francos de Haedo Valdéz y Santana, provocando los rebotes en el poste derecho, primero, y en el travesaño, después.

En el encuentro que fue su presentación en sociedad, Romero mostró atributos como para eternizarse en el puesto. Marcó presencia con un gran control del área saliendo a cortar pelotas al punto del penal y anticipando a delanteros sobre la raya misma del cuadro grande.

Con un tiempo le alcanzó a Romero para demostrar sus virtudes. En la segunda mitad, no recibió ningún tiro franco y en varias ocasiones cumplio más con la función de líbero, iniciando criteriosamente las jugadas luego de recibir balones de parte de sus compañeros.

Anoche en Asunción, dentro de la nebulosa de incertidumbre que cubre al seleccionado argentino, lo único que quedó en claro es que, como en épocas idas -las de Amadeo Carrizo o el Pato Fillol-, en el arco apareció una figura que por su edad, aplomo y capacidad, amenaza con perpetuarse por mucho tiempo poniendo su nombre en el inicio de cualquier formación albiceleste.