Así como pudo ser una goleada histórica para el Verdinegro, también pudo ser una decepción por cómo se dio el clásico cuyano entre San Martín e Independiente Rivadavia de Mendoza, que terminó ganando el sanjuanino por 4-3, luego de estar 3-0 arriba, cómodamente y con enormes chances de seguir agrandando su cuenta. Pero el segundo tiempo no fue el mismo que el primero, la Lepra reaccionó, San Martín se cayó psicológicamente, se pusieron 3-3, hasta que Barone metió su frentazo para el triunfo sufrido, digno de un clásico.

El Verdinegro tuvo un parcial inicial muy bueno, siendo explosivo, punzante, con trabajo grupal y efectivo para irse al descanso arriba por 3-1. No obstante, en el complemento se fue quedando sin resto, impreciso, nervioso. Todo producto de la remontada leprosa. Pero tuvo la reacción del final, esa que parecía perdida por tantas lesiones que fueron minimizando al trabajo del equipo, para ganarlo sobre los 38’ y dejar en claro que más allá de las desinteligencias, le sobró actitud.

San Martín arrancó de la mejor manera, a los 14’ ya ganaba 2-0 con el gol de José Vizcarra -la peinó al segundo palo- y el tanto de Pablo López tras una enorme jugada de Kruspzky, el centro al que no llegó Quiroga, pero que por detrás López no perdonó.

Era el parido ideal, con toque, jugando por abajo, sin fisuras y dejando en ridículo a los mendocinos. Por ello Vizcarra pudo aumentar al igual que Poggi, hasta que Barone, a los 35’, metió el frentazo letal tras el envío de Alvarez y el 3-0 pintaba una jornada histórica. Independiente no lograba hacer pie, sin embargo Ardente le cometió falta a Rossi y a los 38’ Carboni descontó de penal.

Pareció ser un gol que no iba a repercutir, más cuando a los 20 segundos del segundo tiempo Quiroga la tiró por arriba sólo ante Ayala. Hasta que las molestias en el mediocampo de Mattia y Pérez llegaron y la Lepra tomó el mando. Se sumaron errores defensivos y a los 16’ Carboni puso el segundo y a los 36’ Gutiérrez el impensado 3-3.

La noche parecía llegar en Concepción, hasta que con su especialidad, Barone metió el cabezazo para pasar de sufrir a gozar en el clásico.