Todos, la gran mayoría de los asistentes al Estadio del Bicentenario, fueron a ver a Forlán y compañía y se retiraron hablando maravillas del centrodelantero peruano Paolo Guerrero.
Es que el longilíneo número ‘9’ de los incaicos desplegó sobre la cancha todo lo que dice el manual del antiguo ‘centrofordward’, ese que a diferencia de lo que hoy es un referente de área que utiliza su físico para pelear con los centrales rivales, sabe como jugar de espaldas al arco adversario tocando hacia atrás o los laterales para girar luego y quedar como opción de pase entrando de frente al objetivo.
Guerrero, que tiene 27 años, dejó muy joven el Alianza Lima, equipo en el que debutó en Primera División en el 2001 y jugó sólo dos temporadas para incorporarse con 18 años a las divisiones menores del Bayern Munich. En el equipo bávaro, jugó dos años para luego pasar al Hamburgo, club en el que es figura emblemática.
“Que bueno que es ese flaco”, comentaban los plateístas cuando Guerrero se hamacaba a izquierda y derecha y dejaba desairados a los experimentados zagueros uruguayos. Victorino era el encargado de tomarlo mano a mano y Lugano esperaba a sus espaldas. El peruano, más endeble que los “charrúa”, se las arregló para ganarles las espaldas.
Al final, cuando sólo faltaba un minuto mostró otra píldora de su peligrosidad al tirarse en palomita y cabecear una pelota que se fue besado el poste derecho del arco de Muslera y que por un instante congeló los corazones rioplantenses.

