Dos estilos. Dos formas muy diferentes de ver, sentir y jugar al hockey sobre patines tenían que estar cara a cara para decir que empezó el Mundial de verdad. El Mundial en el que el que se equivoca pierde y Argentina demostró temple, categoría y personalidad para quedarse cómodamente con uno de los cruces que siempre se esperan en cuanto Mundial se trate: Italia y su estilo. Esa forma que prioriza marca, que juega con el error ajeno y que en la contra, no perdona nada. Le pasó al equipo de José Martinazzo en los primeros minutos del clásico. Un error, el primero de la noche, fue gol italiano. Abalos eligió mal el disparo, la bocha no tuvo destino de red y la contra fue mortal. Mirko Bertolucci no lo perdonó y puso el 1-0 que congeló el estadio y que le propuso a Argentina otro partido: en desventaja y sin margen de error. Bien a la medida de Italia que antes de los 4 minutos de juego ya tenía el partido en los carriles que quería. Obligando a Argentina al error y apostando a la contra. Una defensa cerrada, mucho catenaccio.

Pero Argentina tenía que superar su prueba más exigente para despertar individual y colectivamente. Y lo hizo. De la mano de un David Páez vestido de Riquelme, como para manejarle los tiempos, para sacarle presiones y para mostrar el camino. Fue clásico intenso en esos primeros 20’ y Argentina sacó chapa de candidato por lo que juega y por lo que contagia. Italia lo sintió primero y lo sufrió después porque el talento albiceleste mezclado con su personalidad fue un problema sin solución para un catenaccio azzurro que ya no tenía razón de ser. El clásico tenía dueño. Legítimo desde la concepción para jugarlo y desde la convicción para ganarlo.