Antes de pasar por el derivador los agentes de policía paraban a las movilidades y consultaban a sus conductores cuál era su destino, a quienes le contestaban que era arribar al lugar donde culminaba la carrera le anticipaban: "Está lleno arriba, no hay lugar". La respuesta parecía demasiado exagerada, pero al acercarnos a la meta, ubicada 53 kilómetros más al norte, se empezaba a ver muchos grupos de aficionados ubicados a la orilla de la ruta, con sus clásicos asados. El frío en la parte culminante del quinto parcial de esta Vuelta, que puso al termómetro en la tarde sobre apenas los 12 grados, no impidió realizar las ya clásicas reuniones sociales para esperar a los pedaleros tras semejante esfuerzo.

De lujo. Una tribuna tubular justo en la llegada le sirvió a decenas de fanáticos para ver el cierre de la prueba.

Pasado el ingreso a las minas de Hualilán, cuando comienzan los 4,5 kilómetros del ascenso más exigente y los ciclistas que no pueden más con su físico van quedando relegados en la ruta, la hilera de camionetas y autos era más nutrida.

Desde el cartel de 1KM (para el final), no cabía un alfiler como se suele decir. Impresionante. Imposible de evaluar un número, pero sí puede afirmarse varios miles de almas, sobre todo sanjuaninas, pero no exceptuando a muchos foráneos como unos franceses que incluso se animaron a colocar una bandera de su país a más de 2.000 metros de altura.

Previa extensa. No faltaron las carpas y los iglú en el cerro para esperar el arribo de la competencia.

Entre los fanáticos, algunos estaban con camperas de invierno, otros con rompevientos, varios de manga corta y sonriendo al mal tiempo, que para aquellos que decidieron venir y fueron previsores, el fresquito era una bendición. Más aún comparado con el calor intenso de las etapas anteriores de la carrera.

El Alto del Colorado, como los grandes puertos del mundo ciclista, atrae por su mística. Porque exige a los ciclistas su máximo esfuerzo. Y con este, le regalan al público un espectáculo único.