Una derrota clara sobre el ring y amplia en las tarjetas es la que le propinó antenoche el mendocino Leonardo Miguel Cáceres al sanjuanino Oscar Fabián Orozco.
La pelea, una del doble fondo a diez rounds montado por el promotor Osvaldo Rivero en Baradero, Buenos Aires, fue netamente favorable al púgil nacido en San Rafael y radicado en Córdoba.
Su mayor experiencia y excelente preparación física fueron un escollo insuperable para un Orozco que no tuvo respuestas físicas, primero, ni anímicas luego, para desentrañar el acertijo que le proponía el boxeo desmañado, desprolijo, pero efectivo de quien es el probador más importante que tiene el pugilismo argentino en las categorías que van de los 55,3 kilogramos (supergallo) a 63,5 (superligero).
Cáceres, que le quitó el invicto a Mauricio Muñoz, quien luego lo derrotó en dos ocasiones, terminó dándole una lección personalizada a un adversario de mejor línea técnica, pero sin sustento aeróbico para desarrollar un plan de pelea que pudiera frenar a esa maquinita de tirar y tirar que es el sanrafaelino.
Ganó sólo uno de los asaltos, en el que conectó un par de manos rectas y se animó a combinar alguno que otro golpe abajo. Después, perdió el resto dejando una imagen deslucida, más emparentada a un boxeador amateur que a un profesional.
Justamente de eso se trata. De profesionalismo para encarar la labor diaria. El que menos proyección tenía antes de la contienda estaba bien preparado y tenía aire para pelear 20 asaltos, Mientras que, Orozco, sin oxígeno, limitó su boxeo a un traslado lento, monocorde y previsible que lo llevó a terminar apostando a meter una mano salvadora.
Cáceres constituye un examen a superar, si se tienen aspiraciones internacionales.
Orozco tropezó con esa piedra y las causas las tendrá que buscar él mismo en su fuero interno. Un púgil rentado no puede estar abriendo la boca buscando el aire que no almacenó en sus pulmones, con el trote diario, desde el tercer round, como ocurrió.

