En plena formación, con apenas 270 minutos jugados en ritmo de competencia a este San Martín se le pueden analizar muchas cosas tácticas, midiéndolas con la vara de la tolerancia por ser eso todavía: un San Martín en formación. Pero como a los clásicos hay que ganarlos, este modelo del Verdinegro dejó en claro que le sobra un argumento esencial para lograr todo: las respuestas anímicas. Sólo por ese resto, por ese plus, logró quedarse con el clásico ante Independiente Rivadavia de Mendoza. Había sacado demasiadas ventajas en sólo 45 minutos y después, esa misma luz se redujo a la nada cuando reaccionó La Lepra. Ahí, en ese segundo que marca el antes y el después de cualquier historia, el San Martín de Garnero logró sacar ese algo más que le sirvió para ser ganador. Con un abanderado excepcional desde ese punto de vista como el uruguayo Deivis Barone que con una convicción enorme, no sólo puso el 4-3 sino que además dejó en claro que a San Martín no se le escapaba.

Desde lo futbolístico, San Martín mostró mucho más desde el aspecto ofensivo que desde el defensivo y no solamente por el desarrollo del marcador. En los primeros 25’ de juego, se asoció colectivamente en función de ataque con velocidad y precisión. Le sobró para hacer tres goles y para desperdiciar muchos más pero esa fue su faceta en el punto más positivo desde lo táctico.

En el aspecto defensivo, desnudó algunos desacoples propios de la falta de competencia juntos como equipo. Quedó mal parado en el segundo gol de Independiente y después, se durmió en el centro que terminó en el empate parcial de los mendocinos. Además, en el medio perdió presencia con la pelota y le dio facilidades para que Independiente encontrara cosas que un tiempo atrás ni imaginaba. En síntesis, San Martín fue uno atacando y otro defendiendo, pero lo mejor pasó por su carácter para lograr el objetivo final pese a la adversidad. Un plus que no todos tienen.