El holandés de 24 años, que prefiere el mountain bike a la ruta ganó ayer la clásica de su país con un ataque feroz en los seis kilómetros finales de carrera


El final de carrera que brindó ayer el joven holandés Mathieu Van der Poel (Coredon Circus) en la Amstel Gold Race forma parte ya de la historia moderna del ciclismo. Porque el muchacho de 24 años ganó en su tierra natal como lo hacen los grandes, mostrándose desde los primeros compases de la prueba como uno de los hombres a batir y demostrándolo en un final de infarto.

Van der Poel batió al sprint a Simon Clarke (Education First), Jakob Fuglsang (Astana) y Julian Alaphilippe (Deceuninck-Quickstep), viniendo desde atrás, liderando durante los últimos kilómetros un grupo que ha ido neutralizando a todos y cada uno de los ciclistas que habían saltado por delante, en busca de la cabeza de carrera, donde se encontraban Alaphilippe y Fuglsang durante los últimos 30 km de carrera, y a los que todo el mundo ya daba como los ocupantes de los dos primeros escalones del podio.

Y es que, a pesar de no verse como el principal favorito, Van der Poel fue el primero en probar al pelotón, lanzando un durísimo ataque en la subida al Gulperberg, a unos 40 km de la meta, y llevándose consigo a Gorka Izagirre. Ambos serían neutralizados en el llano posterior, pero su tentativa sirvió para saber que tenían los otros y demostrar que no estaba de paseo.

Faltando una veintena de kilómetros Alaphilippe y Fuglsang tomaron unos metros de ventaja. Por detrás, otra pareja de nivel, Trentin y Kwiatkowski perseguían con ahínco a los dos de cabeza, pues tan solo 20 segundos los separaban.

Y, como unos y otros no se ponían de acuerdo, poco pudieron hacer cuando les apareció de atrás un locomotora y los dejó parados. Es que Van der Poel descontó los 40 segundos en menos de cinco kilómetros y fue dejando en el camino a todos. Sólo el australiano Simon Clarke (EF Education First) logró meterse en su estela pero nada pudo hacer para desbancarlo del primer lugar logrado con la autoridad y convicción de los grandes.