Podrán decir que los jugadores de edad ya están para jubilarse y que su lugar dentro del fútbol es en los equipos de mitad de tabla. Algunos los encasillan en el ascenso para que tiren sus últimos firuletes y festejen sus goles en la agonía de su carrera.
Pero están los otros, los optimistas, los que disfrutan de ver a la vieja camada cuando, masajeándose en la previa, o poniéndose una protección facial, hacen hasta lo imposible para saltar al verde césped y devolverle al hincha todo lo que alguna vez le dieron de pibes cuando sus clubes tocaron el cielo.
Ayer, estos últimos, los fans que no pierden las esperanzas, tuvieron su respaldo en el superclásico. Porque el 1-1 entre River y Boca, que sigue demostrando que los ‘millonarios’ están lejos de su nivel, y que los ‘xeneizes’ de a poco empiezan a enderezarse luego que Basile amagara con renunciar (venía de ganar tres juegos al hilo), tuvieron su festejo.
Es que los denominados ‘viejos’ ayer demostraron que los clásicos se juegan con la cabeza y no con el corazón. Que la experiencia es fundamental sobre la juventud. Y que a pesar de seguir soplando velitas, la vigencia, potencia e incluso individualismo, es vital en partidos como el de ayer.
Está claro, que la referencia cae sobre Marcelo Gallardo y Martín Palermo. Para quienes no fue casualidad, sino causalidad que volvieran a ser los mismos artilleros del último superclásico.
El Muñeco, que estremeció el Monumental con su derecha mágica y clase neta para poner la pelota donde su cerebro manda. Y el Loco, para con toda su fortuna, que se entremezcla con la categoría para estar en el momento justo, hacer saltar de felicidad con su zurda para poner el empate.
Viejos, ¡nunca!. Calidad, ¡eterna!. Y sino basta con fijarse las ingenuas expulsiones de Cristian Villagra en River, o de Gabriel Paletta en Boca. Totalmente infantiles, porque los superclásicos no son un partido más. Son diferentes. Son de otro planeta. Son para los ‘vivos’. Para los que saben controlar las pulsaciones. Para los que te matan en un instante con una pincelada. Para los experimentados. Para los ‘viejos’, que ayer, pese a no ofrecer un gran partido, se las arreglaron para pasarles el trapo a los pibes.