El viernes, Richard Coria (68 años, farmacéutico) llegó un poco más temprano a su casa, porque al salir de su trabajo pensaba cambiarse de ropa y partir a lo de un amigo a compartir una cena. Cerca de las 21 arribó, estacionó su Toyota Hilux en la calle, traspasó la puerta reja y antes de entrar a su casa en el barrio Vesta, en Capital, recordó que debía cortar el agua de la manguera. Traspasó otra puerta de reja que conecta con su jardín y cuando estiró la mano en busca del surtidor, sintió un tirón que lo tumbó al piso. Cuando reaccionó tenía un sujeto encapuchado apuntándole en la cabeza y otro más desde atrás, amenazándolo, exigiéndole plata.
Enseguida fue a parar a su dormitorio y mientras un delincuente lo encañonaba, el otro se alzaba con unos $1.200 que sacó de su bolsillo y algunas joyas (cadenas y pulseras de oro), recuerdos de familia que pensaba dejarles a sus nietos, como una alianza que le trajeron sus padres de la República de Ghana, Oeste de Africa, donde él había nacido, contó ayer Coria.
Cuando los delincuentes lograron lo que querían, lo sacaron de su dormitorio y lo encerraron con llave en el lavadero. Allí ocurriría una escena con tinte cómico, porque antes de huir volvieron a sacarle su alianza. Unos 15 minutos después, la Toyota era abandonada en el barrio Tierra del Fuego, donde vieron bajar a cuatro delincuentes.
‘Desde 1979 hasta ahora sufrí 14 robos, dos con armas. Ahora los tipos sabían todo de mi y menos mal que no me golpearon. Ya no sé qué hacer, mi casa es lo más parecido a una cárcel, tengo alarma, luces y hasta una pantalla para ver quién toca el timbre. Lamentablemente tendré que aprender a convivir con el miedo cada vez que llegue’, dijo Coria, resignado.