Las fortísimas ráfagas de viento Sur habían cesado en la atípica Navidad del año pasado. Faltaban minutos para la 1 de aquel 25 de diciembre y, como tantos otros, una vecina de Chimbas con su hija salieron al patio que da a la calle a tomar algo de fresco. Fue el factor sorpresa para Mario Ariel Gómez (37), que a esa hora salía de una casa de enfrente (en Centenario al 4621 Oeste) la de otro vecino de la mujer que esa vez pasaba las fiestas solo, el comerciante Francisco Martínez, de 70 años. Cuando vio a las mujeres, Gómez paró en seco y pareció querer volver sobre sus pasos, pero en el acto resolvió esconder de apuro una bolsa blanca que llevaba entre sus manos, agachó su cabeza y avanzó fumándose un cigarrillo. Para el "Gordo" Gómez, como lo conocen en su barrio de Chimbas y sus amigos era el primer cruce con la mujer, pero ella era la tercera vez que lo veía salir de esa casa. Y como al "Gordo" además de "confianzudo y entrador", lo precedía una fama poco halagadora ligada a robos, esa noche la vecina llamó sin éxito cuatro veces a la nuera de Martínez, que también es comerciante y vive al lado del anciano. Al otro día, el 26 bien temprano, se acercó al comercio de esa mujer a cargar su tarjeta del micro y le comentó esa sospechosa secuencia de Gómez saliendo de la casa de su suegro alrededor de las 22,15 y las 23 de Nochebuena, y a las 00,50 de Navidad.

Aquella mañana, la comerciante llamó tres veces por teléfono a su suegro, en vano. Luego fue a ver qué pasaba y se topó con cosas raras: la puerta de rejas de la propiedad con el candado, pero sin llave. A través de la ventana del dormitorio, vio unos papeles esparcidos sobre la cama. En el fondo estaban las dos camionetas de su suegro pero cuando volvió a asomarse a la ventana del comedor, agudizó la vista y pudo ver, en el piso, los pies del hombre. Entró por la puerta de casa que también estaba sin llave, y casi la tumbó el horror: el anciano boca abajo, en medio de un charco de sangre.

Mario Gómez (alias "Gordo") puede recibir perpetua.

Martínez, estableció luego la autopsia, había sido molido a palos en la cabeza, tal vez con la pata de una mesa.

Desde ese momento las sospechas contra el "Gordo" Gómez crecieron. Y entonces varias situaciones previas en apariencia inexplicables, cobraban otro sentido a la luz del terrible crimen: como la vez que el anciano le comentó a su nuera, unas tres semanas antes, que se le habían perdido unos $20.000 que tenía en una cajita metálica dorada para gastos corrientes. Y el hecho prácticamente simultáneo de que Gómez llegara a comprar con una cantidad de dinero inusual, pues era común que le pidiera fiado.

Para la familia de la víctima todas las miradas debían centrarse en él, además, porque era al único que Martínez le permitía ingresar para conversar, jugar a las cartas o para que le hiciera algunos arreglos de electricidad o albañilería.

También porque después del robo de los $20.000, el anciano cambió el lugar de escondite de una llave extra para abrir la puerta y esa puerta apareció forzada en otro claro intento de robo.

Sobre todo, estaban convencidos de que la bolsa que esa madrugada Gómez intentó esconder, eran los $200.000 (por lo menos) que la víctima (vendedor de frutas y verduras en la feria) tenía ahorrados, pues no acostumbraba llevar su dinero al banco, y lo guardaba justamente en una bolsa de naylon.

Gómez fue detenido el mismo 26 de diciembre. Ese día, policías de Homicidios le secuestraron una remera, un pantalón corto y unas ojotas que terminaron por hundirlo: una prueba de ADN reveló que tenía restos genéticos de la víctima, indicaron fuentes judiciales.

Cuando le tocó defenderse, nada dijo a su favor.

Y todo ese cúmulo de evidencias fue suficiente para que el juez Martín Heredia Zaldo (ex Cuarto Juzgado de Instrucción, actual camarista penal) lo procesara por un delito castigado con perpetua: un homicidio doblemente agravado, por el ensañamiento, es decir por haber echo sufrir a la víctima, seguramente para obligarlo a decir que guardaba sus ahorros en un sillón.

El otro agravante es criminis causa, una figura que se aplica cuando el delincuente mata para conseguir la impunidad en otro delito, en este caso el robo, pues era seguro que Martínez lo iba a delatar si quedaba vivo, pero eso no ocurrió.