El mediodía del 26 de septiembre de 2013 fue el último para María Justina Flores (65). También para el joven remisero Nery Ángel Sánchez (26) que había ido a buscarla y se bajó del auto a darle una mano con las bolsas que pensaba cargar la mujer. Esa vez, María Justina se acercó por curiosidad y manipuló una caja que había sobre el capot de su auto estacionado en su garaje, y entonces la dueña de casa con chofer y todo volaron en pedazos.

Se pensó en principio que esa terrible explosión en la casa de Ernesto Villafáñez y 1 de Mayo de la ciudad de Santa María (330 km al Oeste de San Fernando del Valle de Catamarca), pudo ser un problema de gas con el auto de la mujer, pero luego se supo que el vehículo solo funcionaba con nafta.

Una pericia más detallada reveló luego una verdad más cruel: la explosión provenía de una bomba armada con esquirlas metálicas. Y en el acto las miradas cayeron en José César Rodríguez (38), un minero con experiencia en explosivos al que María Justina le había prohibido mantener una relación amorosa con su hija adoptiva, entonces de 16 años.

Rodríguez negó su vinculación en el crimen y ensayó una débil explicación: admitió que adquirió el material explosivo en la empresa Yacimientos Mineros de Agua de Dionisio (YMAD) en Farallón Negro, departamento Belén. Y que se lo vendió a un curandero al que identificó como ‘Richard‘, conocido de su exsuegra.

Sin embargo las pericias y unos 20 testigos complicaron a Rodríguez, al punto de que el fiscal Rafael Vehils Ruiz pidió perpetua, por homicidio agravado por alevosía y ensañamiento, igual que el abogado del remisero.

El tribunal también entendió que Rodríguez debía responder por el doble crimen, y ayer le aplicó la pena máxima.
La defensa del minero pidió su absolución y ahora puede pedir la revisión de la sentencia.