El juez Raúl José Iglesias (Sala I, Cámara Penal) condenó ayer a 12 años de cárcel a un joven de 21 años que en abril del año pasado, mató de tres tiros y siete puntazos a su ex padrastro, Cristian Arredondo (30) a quien luego quemó en parte con nafta en unos cañaverales y lo llevó a un parral para enterrarlo un metro bajo tierra, tapado con cal.

La pena recayó en Ezequiel Ortíz, quien había confesado su autoría en ese homicidio y había aceptado la pena que le impusieron ayer, en un juicio abreviado que acordó a través de su defensor, Leonardo Villalba, con el fiscal Gustavo Manini, dijeron fuentes judiciales.

Arredondo había sido visto por última vez a última hora del 1 de abril del año pasado en la finca que cuidaba frente a La Marquesita, en Marquesado, Rivadavia. Luego de varios días de misterio, su cuerpo fue hallado por un finquero el 22 de abril, enterrado en medio de sus parrales a unos 800 metros de donde vivía.

Pronto quedaron presos Ezequiel Ortíz, un hermano, su madre, su tío y un amigo, pues para entonces los pesquisas conocían los continuos problemas y acusaciones cruzadas de malos tratos, que habían llevado a la madre del homicida a separarse tras 11 años de convivencia y de tener una hija con el fallecido.

Sin embargo sólo Ezequiel y su tío quedaron ligados a la investigación, luego de que el joven admitiera que había usado el revólver calibre 38 de su pariente con la intención de ‘asustar’ a su ex padrastro para que ‘los dejara en paz’ porque se iban a vivir a otra parte.

La versión del joven fue que la madrugada del 2 de abril, discutió con Arredondo y descargó el tambor del revólver con los ojos cerrados, cuando la víctima le lanzó un balde y se le vino encima con una navaja. En su relato, Ortíz explicó que cuando vio a Arredondo en el piso le quitó la navaja y le dio siete puntazos, que fracturaron tres costillas y perforaron el corazón.

También reveló que después lo llevó a unos cañaverales donde intentó quemarlo (lo consiguió en parte), dejó el cuerpo en ese lugar hasta que cavó una fosa en medio de los parrales y luego lo enterró con cal para que se desintegrara. Su confesión se consideró creíble y nadie más quedó ligado al homicidio.