Ricardo Aranda reconoció ayer que escuchó ladrar con insistencia a su perrita caniche entre las 2 y las 5 de ayer, y que desde la cama optó por no darle importancia: ‘pensé que era por un gato’, dijo. Sin embargo, la significancia real de los ladridos del animal quedaría al descubierto sobre las 6, cuando llegaron a la casa la hija de Aranda, su novio y tres primas que habían salido a bailar. Justamente una de las jóvenes buscó su cartera para sacar las llaves del auto que había dejado en lo de su tío, y notó que ya no estaba.

Para entonces no era la única que se llevaba la amarga sorpresa: en la vivienda faltaban en total cinco carteras, una notebook y, lo más importante, el Chevrolet Meriva de los dueños de casa, en el que habían huido los delincuentes luego de descubrir las llaves del vehículo en la cocina en la que habían entrado, reveló ayer Pablo Araya, yerno de Aranda, quien también estaba en la casa con su esposa y su pequeño bebé cuando sufrieron el descarado robo.

La familia de ese empleado minero tampoco tardó en develar cuál había sido la modalidad del golpe: ayer dijeron que al menos un delincuente, ingresó a su casa en el barrio Santo Tomás, Santa Lucía, luego colarse por la medianera que da al vecino y después por la ventana de la cocina que da a la calle y había quedado sin asegurar por dentro. Afuera, suponen, un cómplice pudo hacer de campana.

El audaz golpe a la familia Aranda representó también una situación de peligro que ayer agradecían haber evitado, porque el sujeto que ingresó dejó en la escena del robo un cuchillo.

‘Escuché ladrar la perra y no salí pero ahora creo que fue lo mejor, porque si salía no sé lo que hubiera pasado. El tipo que entró andaba con un cuchillo que dejó acá y si alguno de la casa se lo topaba no sé lo que nos hubiera pasado, menos mal que más allá de todo no nos pasó nada grave’, dijo Aranda.

Ayer, policías de Criminalística analizaron la escena del hecho en busca de rastros. Al cierre de esta edición, el auto de los Aranda no aparecía.