Sus ojos repasan una y otra vez la escena. Parecerían buscar que al cabo de cada parpadeo, todo volviera a ser como antes. Pero no. Ahí está el negro del hollín tiñéndolo todo, la casa reducida a un esqueleto lleno de escombros. Ahí están los muebles calcinados, los palos del techo caídos, convertidos en carbón. La silueta cuadrada en las paredes de unos 20 diplomas que exhibía en el ingreso a su modesto consultorio: la muestra de que nunca se quedó quieto, de que buscó capacitarse y perfeccionarse. Todo ardió en la casa de Gastón Desgens (81 años): las cosas comunes y las especiales, como esos pedazos de vida que son los recuerdos. Porque el fuego destruyó su casa paterna, el material de trabajo con el que aún armaba extremidades humanas y esos diplomas de ortopedista que eran su orgullo: ‘fui el primer ortopedista de San Juan. Trabajé 40 años en el Hospital Rawson, tuve mi propia empresa, me jubilé y aún seguía trabajando en esto, que es mi vida’, dijo ayer.
Por eso Gastón no aguanta ver todo roto y se le cuela una lágrima.
Fue muy peligroso ese fuego que lo sorprendió como a las 21,30 del viernes en su casa de Avenida Rioja 1066 Sur en Trinidad, Capital. Por costumbre recordó que se fue a la cama como a las ocho de la noche, al calor de una estufa eléctrica. Y que se despertó cuando el fuego, iniciado por algo que cayó en la estufa, invadía su cama y le quemaba la pierna izquierda. Se levantó enseguida y salió a la calle. Y enseguida también comprobó que los tiempos de ahora son otros, que por miedo a un robo la gente no trata de entender y prefiere ponerse a resguardo. Porque Gastón y otros dos muchachos salieron a la calle a tratar de parar a algún automovilista por ayuda, pero al menos dos de ellos frenaron y se pegaron la vuelta.
Cuando el hombre quiso entrar a la casa, un espeso humo negro le impidió el paso. Y nada volvió a ser lo mismo. Minutos después llegaron los bomberos y le pusieron fin a las llamas, pero no al daño. Camas, mesas, sillas, roperos, televisores, heladeras y todo lo que había adentro quedó destruido.
Nada le quedó a Gastón, excepto lo más valioso: su propia vida. Esa que ahora ve desde otra perspectiva: ‘ahora voy a empezar de nuevo, no creo que a trabajar sino a vivir un poco más’, dijo ayer.

