El joven impresiona por su gran estructura: alrededor 1,90, más de 120 kg. Con las manos esposadas y doble custodia policial, cruza los pasillos de Tribunales esmerándose en parecer amable, repartiendo saludos a quien cruce la mirada con la suya. Eso sí, enfurece al punto de estallar en algún insulto cuando el fotógrafo busca capturar su imagen. Entonces frunce el ceño, endurece sus gestos y borra de su rostro ese semblante distendido, con una que otra sonrisa contenida por la ausencia de tres dientes superiores: dos arrancados de cuajo y otro partido que debieron extraerle a causa del violento golpe con una piedra. Esa marca le quedó desde el 6 de septiembre de 2010, un día bisagra para ese sujeto, porque a su historial de sospechoso en tres robos agregaba un delito mucho más grave: el crimen de otro preso en la cárcel de Chimbas.
Enzo Gerardo Alvarez se llama ese joven. Cumplirá 28 años el próximo 29 de setiembre y ayer llegó a tribunales a confesar su autoría en aquel crimen y también en los tres robos cometidos con un arma no apta para el disparo (una pistola con sistema de aire comprimido roto), dos de ellos en complicidad con Jonathan Sergio Villarreal (cumplirá 23 en septiembre) que también admitió su responsabilidad en esos hechos.
Hay, sin embargo, una diferencia clave entre uno y otro. Alvarez seguirá preso porque acepta cumplir 11 años y 10 meses de cárcel. “El Jona” Villarreal está libre y así seguirá: acordó con fiscalía 3 años, sin encierro efectivo.
Ambos se conocieron cuando cursaban la Tecnicatura en Gastronomía. Por entonces integraban familias de trabajo, comunes y habían hecho algunos pesos con sus primeros conocimientos escolares de chef trabajando en algún restaurante. Alvarez había aprovechado además su impresionante físico en tareas de patovica en ciertos boliches, contaron sus allegados.
Las vidas de ambos transitaban carriles normales hasta abril de 2010, cuando la Policía comenzó a inquietarse por una seguidilla de robos en los que las víctimas describían a un sujeto bajo que asaltaba en complicidad de otro de gran estatura, morocho y corpulento, que metía miedo desde el umbral de la puerta con un arma similar a la usada por los policías.
Esa particular pareja con anteojos oscuros que atacaba al mediodía o a la hora de cierre, fue descripta en el robo de $3.000 en “Auto Chapa Morales” en Concepción, Capital, el 12 de abril de 2010. El de $2.300 en “Carnicería Pantanal” en Villa Krause, Rawson, el 21 de abril de ese año. Y el de $350 en el frigorífico “Hereford”, Rivadavia, ocurrido días después, el 27 de abril.
Dominó el desconcierto entre los policías hasta que la noche del 25 de mayo de ese año, Alvarez y su indisimulable presencia resultó sospechosa para los uniformados, que lo atraparon en Rivadavia con otro sujeto en moto (luego desligado) y la pistola de aire comprimido roto. Entonces el rompecabezas se armó: Alvarez fue reconocido en los tres asaltos y Villarreal en el ataque a la carnicería y el frigorífico. Sin embargo los destinos de ambos se bifurcaron: Villarreal fue excarcelado; Alvarez, no porque quedó ligado a una maniobra que lo marcaría para siempre y no sólo en su aspecto.
Fue a las 14.20 del 6 de septiembre, al cabo de un recreo con partido de fútbol incluido, entre el pabellón 1 de procesados (allí estaba Alvarez) contra el 5 de los condenados, donde estaba Noe Moreno (37). Ambos volvían a sus pabellones cuando se cruzaron, discutieron y en medio de una ronda armada por otros presos para que pelearan, llovieron las piedras. Una le bajó los dientes a Alvarez. Otra dio en la frente de Moreno, que trastabilló y cayó. Según la acusación, allí Alvarez avanzó y le asestó varios puntazos a Moreno, incluso uno que perforó el cráneo y otro que destruyó la arteria pulmonar y lo desangró hasta morir.

