Alejandra Silva caminaba rápido junto a su padre y fruncía el seño al ver a un grupo de cronistas que se le acercaban. En su rostro se notaba que quería evitar a la prensa y se metió rápidamente a una furgoneta. Los periodistas se acercaron hasta el vehículo y la pescaron mientras leía un papel que tanto ansiaba tener en sus manos: el certificado de defunción de su hijo Ariel Tapia (12), a quien encontraron asesinado dentro de una heladera el pasado 6 de diciembre a 60 m de su casa de Villa Angelita, Santa Lucía. Alejandra se sienta dando la espalda a la ventanilla, lee con detenimiento el certificado y ante la presencia de los periodistas que se arrimaban a entrevistarla, giraba de un lado a otro su cabeza. No quería hablar con nadie, ni siquiera bajó el vidrio de la ventanilla. Su padre, sentado a su lado, levantaba la mano y pedía a los cronistas que no les preguntaran nada.
Ambos se quedaron en la furgoneta esperando que llegaran las 13, hora en que el forense iba a entregar a la cochería el cuerpo del niño para que su familia pudiera velarlo a casi de dos meses de su muerte.
Alejandra no volvió a bajarse del vehículo, en sus ojos se veían lágrimas a medida que se acercaba la hora en que le entregaran a su hijo. El único que descendió una vez más fue su padre y de nuevo ambos se quedaron en silencio en la furgoneta.
A las 13.20 finalmente llega la trafic de la cochería y en ese momento, la madre y el abuelo de Ariel se retiran.
Así se cerró uno de los capítulos más dolorosos para esa familia, pero aún queda otro: develar quién y por qué asesinó a ese niño. Por eso, aún esperan los resultados de los informes para saber si las manchas encontradas dentro y fuera de la heladera y en unas prendas son de sangre. Y de ser así, hallar un patrón genético del presunto homicida.