Impresiona verlo a Gonzalo, sin pelo en la nuca por esos 15 días de postración en terapia intensiva y otra semana más en terapia intermedia. Impresiona aún más esa otra cicatriz grande, la del costado derecho de su cabeza, la de la operación de 4 horas que llevó a extirparle gran parte de los huesos de ese lado de su cráneo, dejándoselo levemente deformado. Conmociona conocer que ese niño de sonrisa perpetua y curiosidad implacable, no sólo superó esa gran intervención quirúrgica, sino también un severo golpe en un pulmón y una neumonía que amagaron con poner fin a su corta existencia. Conmociona saber que Gonzalo pasó por todo eso luego de ser arrollado por un camión. Conmociona saberlo ganador de su pulseada con la muerte y verlo ahí, de vuelta, haciendo a diario los deberes que le manda su maestra a su casa, donde atraviesa una suerte de segunda internación. De vuelta, ya con los suyos, rodeado de mimos, con todos pendientes de que tome todos los medicamentos, de que no se exponga al viento, ni al sol y mucho menos a otro golpe hasta que los médicos evalúen el momento de hacerle un implante, de ‘hueso‘, como quieren sus papás.
Guevara Gómez es el apellido de Gonzalo, 6 años, el menor de cuatro hermanos de una humilde familia del barrio Las Chacritas, en 9 de julio.
Su dramática pelea comenzó en la tarde del 11 de octubre pasado cuando volvía con sus hermanos de la escuela, la Luis Agote, en Las Chacritas. Aquella tarde, Malena (13 años, la mayor), cruzó la peligrosa ruta 20 a la altura de Zapata rumbo al Sur, de la mano con otro hermanito de Gonzalo, Antonio (8). Rosario (11) pretendía hacer lo mismo con Gonzalo, cuando el niño se le soltó de la mano justo cuando hacia el Este por la ruta circulaba el camión Volvo guiado por el santafesino Jorge Primo (59).
Aquella vez, el chofer volanteó hacia su izquierda, chocó un pilar del semáforo y se estrelló en el canal, pero no hubo caso: igual arrolló al niño. La magnitud del choque provocó un llanto sin consuelo en sus hermanitos y un extraño presentimiento en su mamá, Adriana Gómez (33), que a esa hora estaba a punto de entrar a su casa cuando el golpe y la polvareda se le clavaron en el pecho como una señal, que la ahogó por un momento y la impulsó a salir a toda carrera hacia la ruta.
Cuando la mujer llegó, se topó con lo que presentía: el desgarrador cuadro del camión siniestrado y sus hijos rodeando al menor en medio un llanto lacerante.
Ahí comenzaría una gran lucha para toda la familia. Porque Ricardo Guevara (31, el padre) debió abandonar sus changas de jornalero para instalarse con su esposa en el hospital. Fueron días complicados. De esperar ansiosos el parte médico del mediodía, de volver a casa de vez en cuando para darse un baño y ver cómo estaba el resto de la familia, encargada a las abuelas. De alegrarse por el avance de ver al niño sin respirador artificial; de amargarse cuando les avisaron de la neumonía. ‘Fue crítica la cosa, fue un milagro que se salvara‘, reseña Ricardo.
Fueron días de llanto diario en el hospital y en la casa de los Guevara Gómez. De rezo incesante a la ‘Rosa Mística‘, la virgen predilecta de Adriana y ahora también de Gonzalo, la divinidad a la que le atribuyen gran parte de su salvación.
Fueron días solidarios también, porque en la escuela la maestra de primer grado Gonzalo, Mabel Ríos, organizó una colecta en la que todos colaboraron: con billetes algunos o moneditas de 10 centavos los más humildes, para los viajes en colectivo de los papás de Gonzalo. O con mercadería para la familia, donde otra vez las muestras por echar una mano llegaron desde todos, incluidos los más pobres, que no pudieron poner paquetes o kilos de cosas, pero arrimaron sus puñaditos de azúcar, hierba, arroz y otros menesteres.
Ahora, a casi un mes y medio de esa tragedia la lucha sigue en la casa de los Guevara Gómez, que respetuosamente piden ayuda para hacer una habitación más, un lugar donde Gonzalo pueda entretenerse y pasar sus días por lo peligroso que sería dejarlo salir a encarar una vida como cualquier otro niño. Será así, hasta que le pongan un implante.
Mientras ese momento llega, la familia agradece. ‘Le agradecemos al camionero porque hizo una maniobra muy grande para que no le pasara nada a mi hijo. A la gente de la escuela que nos ayudó. Y agradecemos también a los médicos, a los enfermeros y al personal de seguridad del hospital (de Niños Juan Carlos Navarro) por todo lo que hicieron por Gonzalo y por la forma de tratarnos, fueron muy buenos con nosotros‘, dice Adriana, más aliviada.