La que lo tenía a raya era su suegra. Pero el mismo día que la sepultaron, el cartonero dio rienda suelta a sus depravaciones. Violento con su mujer y sus hijos, consumidor de alcohol y drogas, no tuvo ningún reparo en comenzar a llevar a sus dos pequeñas hijas a la casa de esa mujer que vivía adelante y le prestaba en el fondo un lugar a su hija para vivir con su familia. Que las niñas empezaran a ser llevadas a lo de su abuela luego de que la sepultaran, no se le olvidó más a su hijo varón (tenía 8 años) quien ya sabía lo ocurría porque las mismas niñas (tenían al menos 6 y 7 años) se lo habían dicho. Pero el chico sabía lo violento que era su padre y callaba, igual que las nenas. Y los abusos se sucedieron sin interrupciones, sobre todo a la mayor.

El juez Juan Carlos Peluc Noguera (Sala II, Cámara Penal)

Hasta que un domingo intentó violar también a su hijastra (tenía 16 años), pero no pudo. Su mujer alcanzó a ver que luego de buscar cartones no había descargado el carro como de costumbre y al entrar a la casa de su mamá lo pescó a punto de someterla. Lo corrió, pero dos meses después lo tuvo de vuelta en su casa, y otra vez las nenas continuaron siendo víctimas de sus depravaciones.

La verdad, sin embargo, encontraría su cauce. Fue casi de casualidad, el 4 de mayo del año pasado, a la salida de la escuela, en Chimbas. Un grupo de docentes preguntó a los tres hermanitos por su hermana mayor, porque no concurría a sus clases de capacitación laboral. El niño dijo que estaba en cama y se fue. Sus hermanitas parecieron tomar la misma actitud, pero la insistencia de las maestras hizo hablar a la más pequeña, que se acercó hasta una de ellas y, al oído, le soltó: "Está en cama porque mi papá le hace sexo". Repitió lo mismo a otra docente, también al oído. Entonces las docentes quisieron saber más: "¿A ustedes les hace algo, les toca algo?". Y la verdad estalló. La menor señaló sus genitales; la mayor, su cola.

El condenado fue descripto como un sujeto violento, consumidor de drogas y alcohol.

La revelación sorprendió a las docentes, que ya habían visto desprotegidos y descuidados a los chicos, sucios, hambrientos e incluso con la ropa orinada, según el expediente.

El 8 de mayo de ese año la asesora de la Niñez, Patricia Sirera, supo de la terrible situación y denunció. Entonces las nenas tenían 7 y 8 años. El relato de las niñas y el informe psicológico fueron claves para que su padre (hoy de 43 años) terminara tras las rejas.

Y ayer, el juez Juan Carlos Peluc Noguera (Sala II, Cámara Penal) lo condenó a 28 años de cárcel, por las reiteradas violaciones y la corrupción sexual de su hija mayor. Las múltiples violaciones a la menor y el intento por someter a su hijastra.

Esa pena había sido aceptada por el propio acusado en un juicio abreviado, que firmó con su defensora oficial Mónica Sefair y la fiscal Leticia Ferrón de Rago. Fue la salida que buscó el changarín, porque todas las pruebas le jugaban en contra.