"Aquel domingo bajé lo más tranquilo. Ellas acababan de almorzar. Pasé por la cocina y le dije a mi esposa: voy a pasar la caña en la entrada, el plumero en el techo, porque está lleno de insectos atrapados que causan una muy mala impresión. O sino, le digo, voy a cortar y atar un poco las puntas de la parra que ya andan jorobando. Voy a sacar primero las telas de araña de la entrada, que es lo que más se ve. Me dice 'mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar que los trabajos de 'conchita' son los que mejor te quedan, es para lo que más servís'. No era la primera vez que me lo decía y me molestó sobremanera (...) Al contestarme ella así, sentí como una especie de rebeldía y entonces le digo: el 'conchita' no va a limpiar nada la entrada. El 'conchita' va a atar la parra. Para hacer eso había que sacar una escalera del garaje. Voy a buscar un casco que estaba en el bajo escalera (...) y encuentro que afuera del bajo escalera, entre una biblioteca y la puerta, estaba la escopeta parada (...) Y ahí, bueno, fue extraño. Sentí como una fuerza que me impulsaba a tomarla. La tomo, voy hasta la cocina, donde estaba Adriana, y ahí disparo"

Esta fue parte de la minuciosa declaración que el odontólogo Ricardo Barreda dio durante el juicio donde se lo condenó por haber asesinado a su mujer; sus dos hijas y su suegra; el 15 de noviembre de 1992. Ese día Ricardo Barreda se convirtió en uno de los asesinos más conocidos de la historia argentina. Y es que este -hasta entonces- respetado odontólogo de La Plata a sus 56 años, decidió poner fin a la vida de su esposa, Gladys McDonald,  sus dos hijas, Cecilia y Adriana  y su suegra, Elena Arreche al asesinarlas a escopetazos.

Luego, se fue del lugar, pasó a buscar a su amante y juntos estuvieron en un hotel alojamiento. Al regresar a su casa, dio aviso a la Policía y aseguró que habían entrado a robar y matado a todas las mujeres de la familia. Sin embargo, luego confesó ser el autor del aberrante hecho.

El cuádruple homicidio ocupó las principales portadas de los diarios de la época e hizo de que el apellido de este hombre resuene entre los casos policiales más emblemáticos de la historia argentina. Enjuiciado en 1995, sentenciado a prisión perpetua, y con la obtención de la prisión domiciliaria en 2008, volvió a prisión en 2011 por salir del domicilio en el que se encontraba, sin autorización judicial. Sin embargo, un mes después  la la Sala I de la Cámara Penal de La Plata le otorgó la libertad condicional por considerar que el cómputo de tiempo transcurrido en prisión “excedía” el de la condena impuesta.