Golpeado. Cuando Evaristo Luciano Molina avanzaba a los calabozos, una hermana de la chica que mató alcanzó a darle una trompada.

Fue trasladado hasta la sala de juicio con muletas, por una reciente operación en su rodilla derecha. En completo silencio. Sólo rompió su mutismo cuando le pidieron sus datos (Evaristo Molina, viudo, 70 años, nacido en Mendoza, obrero rural). Y cuando el juez Maximiliano Blejman le preguntó si entendía lo que había firmado, si estaba de acuerdo con recibir el máximo castigo, perpetua, y si admitía el gravísimo delito que le atribuían: un homicidio agravado por la alevosía y la violencia de género contra Yamila Pérez (25 años, madre de 4 hijos). En voz alta, con firmeza, ratificó: "Sí, yo la maté, nada más".

La joven fue controlada por la Policía y sacada de Tribunales.

La escueta pero rotunda confesión sirvió además para sepultar cualquier intento por saber qué hizo con partes del cuerpo de Yamila Pérez, como sus brazos, que nunca aparecieron y que siempre fueron reclamados por familiares de la joven, que ayer no dejaron pasar la oportunidad para insultarlo. Y también para atacarlo, porque a poco de llegar a la zona de calabozos, una hermana de Yamila lo tomó de la ropa y le asestó una certera trompada en el mentón, antes de ser reducida por la policía. "¡Asesino hijo de p..., no es un perro lo que has matado!", repitió, desbordada por la bronca. Afuera, otros familiares se sumaban a esa furia, también a gritos.

Molina confesó su autoría ante los jueces que ahora cerrarán el caso con un fallo, Blejman, Eugenio Barbera y Silvina Rosso de Balanza (Sala III, Cámara Penal), y también en presencia de su defensor, Faustino Gélvez, y el fiscal con el que arribó a un juicio abreviado, José Eduardo Mallea. Pero antes, había escuchado un relato de cómo ocurrieron aquellos hechos que lo sacaron del anonimato y lo llevaron al protagonismo de uno de los más resonantes homicidios.

Molina conocía de niña a Yamila. Y ya de adolescente, comenzó a requerir sus servicios sexuales a cambio de garrafas de gas, "aprovechándose" -según la acusación- de su adicción a las drogas. Hasta que la joven comenzó a pedirle dinero para no delatarlo. Ya lo había hecho en una ocasión y la mujer de Molina lo echó de la casa. En la segunda amenaza, Molina pactó un nuevo encuentro sexual con la joven la madrugada del 16 de junio del año pasado, pero la llevó en su auto a otro lugar y la ultimó de 8 cuchillazos, con el agregado de tomarse el trabajo cortarle sus brazos y sacarle el rostro para que no la reconocieran.

Cayó, porque en el descampado de Chimbas donde hallaron el cadáver recién el 17 de junio, quedó una receta de un oculista a nombre de Molina. Un ADN en su pantalón y en uno de sus cuchillos, fueron claves para terminar de complicarlo.

A pesar de recibir prisión perpetua, podrá pedir, por tener más de 70 años y estar enfermo, una detención domiciliaria.