Una cicatriz que le atraviesa la cabeza de lado a lado. El cuerpo postrado, visiblemente debilitado, con solamente algo de movimiento en los brazos y las piernas. El habla apagado completamente, pañales, la necesidad de asistencia para todo. Y la incertidumbre sobre qué pasa por su cabecita, si tiene memoria, si se acuerda quién es y si sabe que está así porque lo atropelló un camión.

La vida de Thiago Galván (8) cambió de un momento a otro en la tarde de aquel 20 de octubre último, cuando en minutos pasó de divertirse andando en bicicleta con unos amiguitos a tener la cabeza abierta en un quirófano. Fue a la vuelta de su casa del Barrio Ejército de Los Andes, en Rawson. El camionero lo embistió de frente y desde ese instante nada fue igual. Lejos quedó aquel niño inquieto, menor de 6 hermanos, que corría por la vereda, que sentía desvelo por la pelota y que soñaba con ser jugador de Boca. Pero para su familia que apenas respire es un montón, porque estuvo realmente cara a cara con la muerte, al punto que a la madre antes de la operación en el Hospital Rawson la hicieron pasar a verlo porque podía ser el último contacto con su hijo. "Fue horrible, yo estaba desesperada, no paraba de llorar. Que te digan que tu hijo se puede morir… uno piensa lo peor. Por eso todos los días le agradezco a Dios que lo tengo con vida y que ahora, después de 34 días, lo podemos tener en casa", dice Patricia Escudero (46). Son cerca de las 12 y la mujer habla bajito para no despertar a Thiago, que se acaba de dormir después de una mañana complicada. Estuvo llorando y muy molesto, y ella con su instinto de madre tiene que "adivinar" qué le pasa, como si tuviese enfrente a un bebé, porque el niño perdió el habla. "Por ahí se pone nervioso y llora, y no sabemos es si es porque recuerda el accidente o porque quiere hacer cosas que no puede por su estado. Cuando hable recién vamos a saber", explica la madre. Por el momento el nene responde algunas cosas moviendo los ojos y tiene algunas reacciones que a la familia le hace intuir que está conectado con la realidad, pues por ejemplo notan que le gusta cuando lo sacan a pasear en la silla de ruedas o cuando en la televisión le ponen los partidos de su querido Xeneize. También se dan cuenta que disfruta cuando sus hermanos le hacen juegos. "Tengo la esperanza de que estando acá va a estar más estimulado. Mis otros hijos están encima de él todo el tiempo, le hacen juegos y él sonríe", cuenta Patricia, que tiene las 24 horas ocupadas en el pequeño. Su esposo trabaja en una empresa constructora y juntos se las arreglan para cubrir los gastos que demanda la atención de Thiago, que esta semana arranca con las sesiones de rehabilitación. El gran paso que anhelan es que pueda volver a caminar, pero son conscientes de que no será fácil ni a corto plazo, pues apenas puede pararse y con ayuda, porque sus piernas perdieron firmeza. "Nos han dicho que creen que va a volver a caminar, con mucha rehabilitación y trabajo. Hay que darle tiempo, él le pone mucha garra", señala Patricia mientras le acomoda en la mano izquierda una pelotita, que sirve para que no se lastime pues es la extremidad que más movimiento tiene y al parecer por los nervios aprieta muy fuerte los dedos contra la palma. Y agrega, con los ojos húmedos: "Verlo así duele mucho, un montón, porque uno sabe cómo era él, lo activo que era, siempre estaba haciendo cosas. Pero tengo mucha fe de que Dios me lo va a sacar adelante". Termina la charla y Thiago sigue durmiendo. A Patricia le intriga saber si está soñando. Quizás sí, con volver a ser el de antes.