Celia en aquel entonces era ama de casa y de vez en cuando daba clases de apoyo de física y química a estudiantes. Gabriel tenía 8 años y Mathías, a sus 2 años, daba sus primeros pasos.

Una familia normal, humilde, con necesidades como muchas otras y con una vida que hasta esa mañana de enero era anónima. Una mañana extrañamente gris y algo fría, en un día que no sería como cualquier otro. Fue una vecina la que llamó a la puerta de la casa de Celia y preguntó por su marido. Ella, sin entender, contestó que ‘Paco’ estaba trabajando. La otra mujer, sin querer ser la portadora de las malas nuevas, prefirió decir solamente que escuchó por radio que acaban de asaltar al camión del frigorífico donde trabajaba su esposo y habían baleado a alguien. La incertidumbre preocupó a Celia, pero jamás pensó en lo peor. Llamó al Frigorífico Michelli. Ahí le contaron que era cierto lo del robo y que balearon a alguien de la empresa, pero no aclaraban a quién o si era grave. Muchos lo sabían, pero todos callaban. Y Celia se vino a enterar de la forma menos pensada. Encendió la radio y en ese mismo instante escuchó una voz muy seria que relataba lo que nadie quería decirle: ‘ha dejado de existir camino al hospital, Francisco Fernando Leiva, el hombre que fue baleado hace minutos en un asalto’. El asesinado, era su marido.

Un duro golpe
Nunca más olvidó esa frase que sería el principio del drama y el comienzo de otra vida. Francisco Fernando ‘Paco’ Leiva moría el mediodía del 31 de enero del 2005 de un balazo efectuado por delincuentes que lo emboscaron cuando acompañaba al gerente del frigorífico en un auto por el interior del Bº Residencial, Capital. El que había sido novio durante 15 años y su esposo hacía 10, dejaba a Celia Heredia sola a sus 43 años y con dos hijos pequeños. ‘Primero tenía como una piedra en el pecho que no me dejaba llorar, pero después me cansé de llorar por mi marido. Mi pregunta y mi mayor preocupación era en ese momento: ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo voy a criar a mis hijos?’.

La empresa para la que trabajaba (precariamente) su marido, le ofreció ayuda y no la desamparó. Le pagó una especie de indemnización y le dio trabajo. ‘Siempre les voy a estar agradecida porque no se olvidaron de mí y me esperaron hasta que saqué fuerza y empecé a trabajar. Tenía que hacerlo, había que mantener a mis hijos’.

Pura fortaleza
Celia abandonó el luto para vestirse de blanco como los carniceros y salió a trabajar de repositora de carne en los supermercados. ‘Me fue difícil y me tuvieron paciencia. Por ratos lloraba en el trabajo al recordar a mi marido, pero sacaba fuerza para luchar. Era una cosa de aprender el día a día, de hacerle frente a la vida’.

Por esas ironías del destino, lo que le estuvo negado por muchos años a la pareja, llegó producto de la tragedia y la muerte de su marido. Al momento de su fallecimiento, ‘Paco’ no tenía trabajo estable y hacía changas, ni siquiera habían terminado su casa en su lote de la Villa Flora, Rivadavia. Después de que Celia enviudó, con la plata que recibió, construyó ese hogar que tanto soñaban juntos y ella por fin consiguió un puesto fijo en la empresa donde estaba su esposo. Esa pequeña tranquilidad económica igual no compensó la angustia de haber perdido a ‘Paco’, ni la indignación por no saber quién lo había matado.

‘Traté de ser fuerte, de mirar hacia adelante, pero me fue imposible olvidar a mi esposo. Él era muy alegre, familiero y se daba con todos. No hubo fechas ni cumpleaños o fiestas que no lo recordara y lo llorara. Duele más todavía porque no se llegó a la verdad. Y me siento culpable por no saber quién mató a mi marido. Espero que mis hijos no me reprochen el no haber hecho algo más’, explica Celia.

Nueva vida
Su mente estaba en sus hijos. Al principio, mientras ella trabajaba, una chica los cuidaba parte del día. Cuando la plata volvió a escasear, Celia se hizo cargo de todo y sus hijos, a tan corta edad, la acompañaron. Los dos niños pasaban largas horas solos en casa. Gabriel hacía de niñero de Mathías y preparaba el almuerzo.

Se acostumbraron a ese ritmo, la realidad les decía que no era más que ellos tres. Celia lo entendió así y se resignó. Jamás tuvo otro hombre en su vida. ‘Sigo queriendo a mi marido como antes. Siempre digo que él está con nosotros’. Gabriel y Mathías también lo tienen presente y, aunque suene doloroso, se criaron sabiendo cómo fue que un día el delito les quitó a su padre. Hoy, a sus 50 años, Celia Heredia anda mañana y tarde de un negocio a otro levantando pedidos de carne para sostener a sus dos hijos, esos mismos que hicieron que no perdiera la sonrisa y la ganas de vivir. Pero claro, ella aún lagrimea cuando le viene a la memoria su ‘Paco’ y es ahí que se consuela con mirar esas rosas y los jazmines que una vez plantó en el jardín de la casa en Villa Flora que no pudo disfrutar.