"Me compré un fierro". Con tono de confesión, después de dar algunos rodeos, finalmente lo dijo. No estaba orgulloso de aquella decisión. Posiblemente nunca se le habría cruzado la idea por la cabeza si no cargara con el dolor a cuestas. Ni siquiera tenía la suficiente confianza con el otro como para haberle contado tremenda revelación. Pero lo hizo. Su hijo murió asesinado hace algunos años y hasta hoy la Justicia no encontró a los culpables. No hay nadie detenido. Sólo una peligrosa impunidad.
Si alguna vez pensó seriamente en usar el arma o no, es un misterio. Tal vez ni siquiera él sepa la respuesta del acertijo, por ahora.
Su desazón lo llevó a debatirse entre el error de hacer justicia por mano propia o darse por vencido. Esa fue su otra confesión: consideró retirarse de la pelea, abandonar la causa ante el autismo de los tribunales y los abogados que entendieron en el asunto.
El hombre de cabello gris y mirada cansada dijo que el fallo que absolvió al acusado del homicidio del carnicero Mauricio Tello, dado a conocer el jueves pasado, terminó de derrumbar sus esperanzas. Su cuenta fue sencilla: si en este último caso de asesinato había un detenido y los magistrados lo dejaron ir, qué suerte le espera a la causa de su hijo, en la que nadie pasó por el calabozo de una comisaría.
"La semana que viene vamos a estar en la puerta de tribunales todos los días", lo invitó uno de los militantes de las familias de víctimas de la inseguridad. No contestó más que una formalidad, por evitar la descortesía.
Otra vez a solas, su confesor le recomendó que guardara el arma o se deshiciera de ella, pero que jamás se le ocurriera utilizarla. Entonces, aflojó la tensión. Reflexionó en voz alta acerca de sus otros hijos, profesionales o a punto de graduarse. Recordó que le quedan muchos días por delante para disfrutarlos juntos, aunque siempre pesará la ausencia del que se fue tan violentamente por voluntad de alguien que no recibió su condena.
Se fue con paso vacilante, pero con un evidente hilo de esperanza. Sin ánimo de claudicar ni de buscar revancha. Con muchos interrogantes. Y la necesidad urgente de justicia. Una premura divorciada de los folios cosidos a mano que se acumulan de a cientos en los despachos.
Los días que siguieron, la frase siguió retumbando, como recordatorio de aquella peligrosa impunidad: "Me compré un fierro".
