Apabullado todavía por los 42 millones de almas que habitan San Pablo, el productor vitivinícola irradiaba optimismo en su regreso a la provincia. En plena puja por las trabas a las importaciones cruzadas entre argentinos y brasileños, el sanjuanino volvió de aquellas latitudes con la consigna de que aquí debería ampliarse el cultivo en por lo menos 10.000 hectáreas, con viñedos, ajos y tomates para desecar.

Según dijo el sanjuanino, los habitantes del vecino gigante tendrán cada vez mayor poder adquisitivo el crecimiento económico brasileño apoya la idea- y buscarán consumir más y mejor. Se abrirán formidables puertas a un negocio mucho más pesado que cualquier coyuntura política ríspida.

En la vereda de enfrente, otro empresario vinculado a la producción vitivinícola se mostró un tanto más preocupado por los chispazos entre Cristina y Lula. Dijo que cuesta mucho conseguir en el mercado local una cubierta de marca brasileña y que eso es señal inequívoca de que las quejas del socio mayor del Mercosur son fundadas. Por lo tanto, las represalias no deberían tardar.

Sin embargo, a pesar de los nubarrones que advirtió este último productor, se ubicó no demasiado lejos del primero: los dos comenzaron a planificar en función de un futuro próspero. El segundo compró un terreno de amplias dimensiones para lotear y construir un barrio para sus trabajadores en un departamento de la periferia. Y apostó por el crecimiento al encargar el desarrollo de un nuevo alimento en base a su producto de la cadena vitícola al Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI).

Tan sólo dos eslabones en una estructura que involucra empleo y por lo tanto salario, para sostener el consumo y generar más empleo. Casi por añadidura, los bienes más deseables de una sociedad: panzas llenas, escuelas llenas de chicos y cobertura sanitaria sin distinción.

A esta altura de la historia, el razonamiento puede sonar un tanto obvio y hasta gastado, de tanto escucharlo en discursos que se agotaron en el vacío parloteo del atril frente a la tribuna complaciente, las pancartas empalagosas y los redoblantes sordos. Precisamente, a esta altura de la historia, sirve definir con claridad las cosas que son esenciales para encarrilar la formación.

Habrá, seguramente, puntos de vista distintos, diagnósticos acertados y desacertados, optimismos y pesimismos, pasiones y razones. Pero todo apuntado hacia un único objetivo contenido en el texto constitucional, tan simple de pronunciar como difícil de alcanzar: el bienestar general. Claramente, no es una meta superada. Acaso haya existido la ilusión en determinado momento de exitismo post-electoralista, que cayó ruidosamente con la difusión de las estadísticas sociales o, peor aún, con los estallidos que pusieron al país en boca de todo el mundo.

Por eso estos dos eslabones, conectados en el ánimo de crecer, tal vez contagiados del fervor que ganó sorpresivamente los días del bicentenario. Dos casos en honor a las 25.000 banderitas albicelestes del lunes pasado en la avenida Ignacio de la Roza, y a las miles que se agitaron en cada rincón de la geografía provincial.