Represión, muertes, saqueos y un presidente vencido que dejaba el gobierno en un vuelo fugaz en helicóptero desde el techo de la Casa Rosada. Estas imágenes de los días trágicos de diciembre de 2001 quedaron grabadas a fuego en la retina de todos los argentinos cuando el país vivió un estallido social inédito que puso a prueba su joven democracia: 5 presidentes pasaron en 13 días y el destino de la Argentina se vivía con final abierto tras cuatro años consecutivos de recesión.
Un megacanje de la deuda externa por más de U$S 30.000 millones, el corralito financiero que puso límites a la extracción de sueldos, 35% la población sumida en la pobreza y un 25% de desempleo, fueron minando el camino del gobierno de la Alianza de radicales y frepasistas.
Por esos días calientes, el hambre y la falta de rumbo llevaron al descontrol de los sectores más vulnerables que pugnaban en demanda de alimentos. El 16, 17 y 18 de diciembre desde barrios y villas del conurbano bonaerense y otras provincias salieron como un malón para hacerse de comida. Cortaron rutas y saquearon almacenes y supermercados. Pero a ellos se sumaron los protestantes de ocasión que salieron a sacar provecho del descontrol y arrasaron con lo que encontraron a su paso.
Muchos saquearon bebidas (vino, cervezas, gaseosas); otros pañales, comestibles, carnes y, los más audaces, se llevaron televisores, heladeras, microondas, etcétera. De todos modos, lo peor estaba por llegar. El 19 de diciembre en el intento de las fuerzas de seguridad por proteger a los comerciantes o poner orden en Plaza de Mayo, se produjeron enfrentamientos con los manifestantes que terminó con decenas de heridos y la increíble cifra de 5 muertos. Con el paso de las horas, los muertos por las trifulcas en los saqueos y la represión sumaban 39 en todo el país.
El llanto de un coreano, dueño de un supermercado saqueado, y su arbolito de Navidad deshecho en la vereda se convirtió en un ícono que recorrió el mundo.
Ahora el acorralado era el presidente Fernando De la Rúa que, mientras ardía literalmente la Plaza de Mayo, salió en la noche del 19 de diciembre en cadena nacional par anunciar que decretaba el Estado de Sitio.
La alicaída pero todavía poderosa clase media que había respaldado a De la Rúa y que se mantenía irritada pero expectante, también explotó. Aquella noche, apenas De la Rúa terminó su discurso, miles de personas salieron espontáneamente a las calles golpeando cacerolas al grito ‘que se vayan todos’. Nacía el cacerolazo, el riesgo país llegada a los 5.000 puntos y el ministro del corralito, Domingo Cavallo, renunciaba a la madrugada.
La crisis consolidó los movimientos sociales que se venían gestando desde tiempo atrás. Las agrupaciones ‘piqueteras‘ de desocupados, que habían comenzado en el Norte del país, se nutrieron de miles de personas que se sumaron en el populoso Gran Buenos Aires mientras en las metrópolis las asambleas ciudadanas comenzaron a clamar al unísono ‘que se vayan todos‘.
De la Rúa, quien al frente de la Alianza Unión Cívica Radical (UCR)-Frepaso había ganado dos años antes las elecciones como una opción más transparente frente al cuestionado gobierno del peronista Carlos Menem (1989-1999), no encontró las herramientas para poner fin a la crisis que había heredado y el país continuó en caída libre hasta llegar a 20 diciembre de 2001. En el anochecer de ese día, el mandatario radical formalizaba su huía con una carta dejando atrás un país incendiado. Y aún faltaba mucha tela que cortar. A la insólita seguidilla de 5 presidentes en menos de dos semanas, se sumaría la caída de la devaluación y la declaración del mayor default de la historia.