Aunque las muestras halladas en su auto indican que se defendió e incluso hirió de muerte a uno de sus atacantes, nada pudo hacer Pablo Rojas para evitar que lo mataran de dos balazos en la cabeza y otros dos en el cuerpo, pero los primeros fueron implacables. Los asesinos lo venían siguiendo desde días atrás e incluso conocían su rutina. Por eso, alrededor de las 4.30 del 3 de noviembre de 1975, lo esperaron a la salida de la casa de su amante, según aparece en el expediente judicial, en la calle Falucho 73 Oeste, y lo interceptaron cuando subía a su auto, un Ford Falcon chapa patente C582869.
Lo llevaron a la calle Paraguay, entre avenida Rioja y Tucumán, en Concepción, donde fue hallado muerto luego de un violento forcejeo. Estaba sentado en el asiento de la derecha del conductor, con dos puertas del auto abiertas. Le habían efectuado cuatro disparos y tenía heridas cortantes en la tetilla y el dedo pulgar izquierdo. Y el legislador todavía tenía su revólver calibre 32 en su mano, pegada al pecho. Pero había sangre en los otros asientos, muestras de que hubo una pelea y de que el legislador se defendió, pero llevó la peor parte en la trifulca.
Hubo un vecino que escuchó los disparos y al salir de su casa pudo observar a un Peugeot 504 que huía a toda velocidad. El vehículo fue abandonado en Sarmiento.
Según se pudo reconstruir, en el lugar del conductor del Falcon de Rojas se encontraba Fernando Otero, quien fue herido de bala y después pudo ser detenido en el Hospital Militar de Mendoza. En el asiento posterior estaba ubicado Carlos “Flipper” González, quien resultó herido de muerte por las balas del legislador. Su cuerpo fue encontrado en la zona del distrito Papagallos, en Mendoza. Pero el que no pudo ser encontrado fue el autor de los disparos mortales al dirigente sanjuanino, quien habría intervenido cuando se produjo la pelea en el interior del vehículo. Se supone que estaba en el Peugeot 504, descendió del rodado y desde afuera del Falcon disparó al cuerpo de Rojas, quien ya nada pudo hacer para defenderse de tantos atacantes que pugnaban por quitarle la vida.