Consumada la profanación institucional del 24 de marzo de 1976, la intervención clavó sus garras en San Juan y mandó detener a la mayoría de los funcionarios del gobernador Eloy Camus, que inmediatamente fueron reemplazados por militares. Entre ellos, un joven José Luis Gioja (entonces director del Instituto Provincial de la Vivienda), su hermano César, dirigentes gremiales, legisladores de la mayor parte del arco político de entonces, otros políticos del oficialismo que no integraban el Gabinete y representantes de la oposición. Todos pasaban a sufrir detención en el RIM 22, Instituto Penal de Chimbas, o en sus domicilios por espacios prolongados. De regreso de Buenos Aires a donde había viajado imprevistamente un día antes del golpe, a don Eloy se le ordenó la detención domiciliaria en su casa de calle Ameghino. A partir de ese momento fueron numerosas las personas que sigilosamente trataban de verlo, lo que con el tiempo hizo ‘temer‘ a los invasores algún ‘riesgoso‘ desenlace de esos encuentros. Así, a los 8 meses y una semana, y sin argumentar motivo convincente, pero con una extraña cordialidad, Camus fue notificado oficialmente que debía ser ‘alojado en el Penal‘. Manteniendo el verbo de una convocatoria a cualquier reunión social, el firmante aprovechaba para saludarlo y despedirse ‘atentamente‘. La nota tenía fecha 1 de noviembre, y le fue entregada en mano en su casa por un joven y nervioso oficial de bajo rango, que esbozó para ello una dura sonrisa de circunstancia.
Al coronel Carlos Tragant, interventor Federal en San Juan, que no se encontraba en aquellos días en la provincia, le reemplazaba el ministro de Gobierno, capitán de navío Jorge Pérez Ruedi, quien se encargó de firmar la misiva de cinco líneas a máquina, con membrete, escudo y sello oficial. Lo que vino después careció de todo estilo, porque desde el 24 de marzo, el derecho de los ciudadanos y detenidos, dependió ni más ni menos que de la voluntad de los violadores de la Constitución.
Don Eloy, destinado a la Enfermería de la cárcel, permaneció allí 9 meses. A los 25 días de su llegada, ingresó por la puerta de la avenida Benavídez, encapuchada, su nieta Margarita Camus, de sólo 20 años. Allí comenzaron para la actual jueza todo tipo de torturas, como lo ha explicado ella misma en el proceso que se desarrolla en estos momentos en San Juan por delitos de lesa humanidad.
Pero en aquel lugar, ya aciago y desde aquellos momentos convertido en siniestro campo de concentración de detenidos políticos, abuelo y nieta vivirían circunstancias terribles que, no obstante, se enmarcaron en ambos casos en un concepto muy alto del pundonor: ‘La cárcel hay que llevarla con dignidad‘, le sentenció firme don Eloy a la jovencita, la primera vez que pudieron conversar furtivamente.
PROTECTOR
Hoy, Margarita Camus recuerda que no era difícil advertir en aquel hombre de aspecto indestructible ante tanta desgracia, ‘un dolor que le hacía trizas su corazón‘. Y agrega: ‘Él no debía demostrar su tormento porque sería mucha carga para mi‘. Eran toneladas de fortaleza que el abuelo le entregaba con la generosidad sin límites que brotaba de su sangre y de su amor familiar.
A pesar de tan infinito aliento, el viejo profesor tuvo que soportar el padecimiento de su descendiente. Una mañana calurosa, cercana a la lóbrega Navidad de 1976, mientras don Eloy salía a caminar como todos los días alrededor de la Enfermería, descubrió con sus propios ojos cuando sacaban encapuchada a Margarita desde el Pabellón anexo 3 para torturarla. En el corto camino, ésta cae prácticamente desvanecida, y a don Eloy le sale del alma una orden: ‘¡Levanten a mi nieta!‘. Antes de que los gendarmes pensaran satisfacer ese grito desesperado, un grupo de presos comunes se acercó de inmediato y la levantaron. Ellos sabían quién había clamado con hambre de justicia. Ella, sin ojos, registró claramente la voz en sus venas.
La vida continuó, inverosímil y lacerante. Pero llena de grandeza, gracias a las convicciones y a la letra chica de los ideales. Como la de tantos presos políticos que bramaron por justicia intramuros de la injusticia, algunos antes de morir, otros para vivir, viviendo en los que se fueron.

