A decir verdad, no tenía motivos para sentir incomodidad alguna. El mundo estaba hecho a su medida. Y esa era precisamente la causa de su malestar. Se encontraba ocasionalmente en un ambiente extraño. Pinturas en grosero relieve sobre las paredes y letreros atravesados por ese código ininteligible para quien cuenta con el sentido de la vista: el braille.

La escuela homónima, en Abraham Tapia y Circunvalación, es verdaderamente un ámbito ajeno a cualquier persona que, por ejemplo, esté leyendo estas líneas. O bien, es el único lugar en que las cosas son como debieran ser ordinariamente. Al fin y al cabo, buena parte de la población es invidente.

Según la encuesta nacional de personas con discapacidad (Censo INDEC/ENDI), para el período 2002-2003 en la región de Cuyo se relevó una población con discapacidad de 236.412 personas, de las cuales el 24,5 por ciento tiene ceguera o alguna dificultad para ver.

El mismo informe revela que el resto de las regiones está por debajo del valor cuyano: 23,6 por ciento la Región Pampeana; 23 por ciento el Noroeste, 21,1 por ciento la Patagonia y el Noreste; y 19,2 por ciento el Gran Buenos Aires.

El promedio de discapacitados visuales, sobre el total de la población con discapacidad en la Argentina, es del 22 por ciento, según el mismo documento disponible para su consulta en el sitio web de la Asociación Pro Ayuda al No Vidente: www.apanovi.org.ar.

El jueves pasado la Municipalidad de la Capital firmó un convenio por el cual aportó dos profesores de Educación Física para que los jóvenes ciegos egresados de la Escuela Braille puedan practicar ejercicios en el playón del establecimiento.

Sin restarle importancia al gesto municipal, lo verdaderamente destacable fue que la iniciativa surgió de una institución integrada por estos egresados, "Club Puertas Abiertas", y cuyo presidente, Nazareno Pérez, ronda los 27 años de edad.

"No todos los días se nos abre una puerta así. Entonces yo a mis compañeros los insto a que sigan aprovechando estas oportunidades, ya que hay gente de buen corazón que nos presta la posibilidad de seguir desarrollándonos como personas", dijo Nazareno, antes de estampar la firma en el convenio. El documento -vale la pena mencionarlo- sólo fue escrito en tinta. Sin los puntitos del código que leen los invidentes. El presidente de "Puertas Abiertas" tuvo que ser asistido para gatillar el bolígrafo, que tenía la punta retraída, y también para ubicar el lugar de la página donde tenía que garabatear su rúbrica.

El acto, noble al fin, estuvo marcado por ese choque de códigos, donde siempre ganan los que nacieron -y conservan- la totalidad de sus facultades físicas. Los que ven. Los que se sienten extraños al observar esos puntos en los letreros de los sanitarios. Los que pueden salir de la escuela sin más dificultad que mirar a ambos lados de Abraham Tapia y cruzar la calle. En definitiva, en ningún otro sitio se sentirán ajenos. El mundo está hecho a su medida.