Apoyándose en Dios y con voz pausada y baja, Manuel Zarate recuerda el “mal trago” que vivió hace diez años cuando un grupo de 40 o 50 personas se metió en su almacén, en Rivadavia, y lo convirtieron en el único sanjuanino saqueado. La tarde del 19 de diciembre de 2001 la calle Cipolletti, como muchas otras de la provincia, se colmó de gente que reclamaba y que se hacía eco de los saqueos de todo el país. Un grupo de personas jóvenes, de “gente común como vos y yo” llegaron para saquear el Súper Obrero (un supermercado que estaba junto al de Manuel), sin embargo ese intento se vio frustrado ya que lograron cerrarlo.

Ellos corrieron una mejor suerte, “pero como yo tenía todo vidriado me reventaron las puertas y se llevaron cajas de sidra, de vino y todas las gaseosas”, recordó Manuel que aseguró que en ese momento tuvo miedo de lo que podría ocurrirle a él y a su familia que vive en el mismo lugar.

CÓMO FUE
“Vi que me rompieron la puerta, las ventanas y las heladeras, y empezaron a llevarse las bebidas” contó Manuel dando los más mínimos detalles, pero con la idea fija de querer olvidarlos. Juntando coraje y acompañado por uno de sus hijos Zarate agarró un cuchilla de su carnicería y los espantó “fueron tres o cuatro minutos que para mí parecieron una eternidad”; por eso, seguro de su actitud, pero aclarando que no le hizo daño a nadie, Manuel revivió con su mente el instante y aseguró: “Fue lo primero que me salió hacer”.

Sentado junto a las heladeras, el hombre que trabaja desde los 8 años, contó cuál fue una de sus mayores desilusiones: “Teníamos un comedor -en el patio de su casa- para la gente de por acá, y muchos de los que entraron eran los mismos que venían a comer”, y lo peor de todo según el almacenero es que “ese día no tenían hambre porque se llevaron todas las bebidas y ni un paquete de azúcar”.

Otra de las cosas tristes que recuerda Manuel es que no recibió ayuda del Gobierno en ningún momento. “La Policía pasó después de que esa gente se fuera para preguntar si estábamos bien y nada más” y “desde el Gobierno ni me llamaron por teléfono para saber qué había pasado”, igualmente “nunca me sentí desamparado”. En cambio Zarate destacó que en la otra vereda, se encontraban sus vecinos que colaboraron cerrando el negocio con chapas y carteles.

DE LA IMPOTENCIA AL PERDÓN
A pesar de los gastos que tuvo para arreglar todo lo roto y reponer su mercadería, lo que más lamentó fue el hecho de sentirse invadido en su propio lugar. “En ese momento gasté mucha plata, como 10 mil pesos, pero hay cosas más importantes, como la moral. Lo material va y viene pero la impotencia de ver que se llevan todo tu laburo duele mucho”. Sin embargo, aseguró que “al fin y al cabo sólo fue un mal trago que me tocó pasar, por eso rezo para que la gente que entró acá -al almacén- nunca más tenga que hacer daño para obtener cosas”.