La carretela, con altoparlante atornillado a las maderas y cintas patrias para adornar el caballo. Él, con camisa a cuadros, pulóver escote en V y campera de cuero. Héctor Gómez no tenía en qué ir a votar y como no lo hizo nunca en sus 65 años, esta vez tampoco iba a pedir una combi o un remís a algún partido político. Así que después de unos mates, arregló la carretela, buscó sus mejores pilchas y a remolque de su caballo blanco, enfiló por la calle Necochea hasta la escuela Werfield Salinas, en Chimbas, hasta estacionar la carretela entre los autos. Sin embargo, toda esa especial rutina que armó y la decisión de cumplir con su deber ciudadano aunque tuviera que llegar en este transporte se esfumaron. Es que su nombre no apareció en los padrones y al final se volvió con las ganas a su casa.
‘Siempre alguien me trajo a votar, pero ahora no tenía quien lo hiciera. Y mientras pensaba en qué venir, miré la carretela y no la dudé. Es la primera vez que la uso para esto pero parece que no me trajo suerte. Me encanta votar y ahora me voy como si tuviera las manos vacías’, contó Héctor, mientras abandonaba la escuela luego de haber planteado su situación hasta con un delegado electoral.
Afuera, y subido a la carretela lo esperaba su ahijado Diego, de 9 años. El niño había acompañado especialmente a su padrino a la votación y su misión fue custodiar el vehículo. ‘Qué va a hacer, me voy a seguir tomando unos mates y el lunes veré por qué no aparezco en los padrones’, se despidió el hombre.

