Cada vez que la inflación promueve incrementos de salarios nominales aumenta la presión del impuesto a las ganancias de la cuarta categoría, es decir, el impuesto que hay que pagar por las ganancias obtenidas del trabajo personal. Naturalmente, esto conduce a intensas demandas por subir en paralelo el monto mínimo no imponible sobre el que se calcula el impuesto a las ganancias. El fenómeno ilustra con mucha transparencia el carácter espurio y altamente distorsivo de la inflación como mecanismo de recaudación impositiva y generación de superávits fiscales. El Estado genera inflación -o deja que ésta se desate y se mantenga alta-, y por el mero hecho de "no hacer nada" (no actualizar los parámetros de cálculo de los impuestos) puede aumentar los montos que pagan los contribuyentes y lograr que contribuyentes que hasta ese momento no tributaban comiencen a tributar. En paralelo, eludiendo o demorando la actualización de los componentes que conforman el gasto público, fundamentalmente salarios públicos y jubilaciones, el Estado puede retrasar sus gastos por debajo de lo que le aumentan sus ingresos nominales gracias a la inflación. Para los economistas, esto es "positivo" porque genera los famosos "superávits gemelos" que son el superávit del Estado y el superávit de balance comercial entre exportaciones e importaciones. Para la gente que vive de un salario o de una jubilación esto es muy negativo porque se alimentan los "superávits gemelos" con el deterioro que fatalmente provoca la inflación en la calidad de vida de la población. En este sentido, es primordial terminar con la inflación y generar los "superávits gemelos" con impuestos no distorsivos. ¿Qué significado tiene aquí la expresión no distorsivos? Significa que los impuestos no desalienten o desalienten lo menos posible el empleo y que sean progresivos en el sentido de que su presión sea efectivamente mayor para los salarios más altos. En esta perspectiva, las contribuciones patronales son mucho más dañinas que el impuesto a las ganancias. En primer lugar, porque las contribuciones patronales gravan sólo la fuente de ingreso del empleo asalariado formal pero no grava el ingreso del trabajo no asalariado como patrón o empleador o como cuentapropista, lo que desalienta el empleo asalariado e induce a la informalidad en las relaciones laborales. En segundo lugar, porque las contribuciones patronales no son progresivas dado que gravan con la misma alícuota a la persona que gana el salario mínimo, a la que gana el salario promedio y a la que tiene un salario muchas veces superior al mínimo.

Para disminuir la presión impositiva de los asalariados sin afectar la productividad y la progresividad no hay que subir el monto de mínimo no imponible del impuesto a las ganancias sino aplicar un monto no imponible a las contribuciones patronales. Este esquema donde se reemplazan las contribuciones patronales por el impuesto a las ganancias es el que prevalece en los países avanzados altamente dinámicos y con estructuras productivas basadas en recursos naturales, como Australia, Nueva Zelanda y Dinamarca. En Nueva Zelanda y Dinamarca no hay contribuciones patronales y en Australia se pagan a partir de un mínimo no imponible sobre la masa salarial total. En países como Canadá y Holanda hay contribuciones patronales pero su nivel es menos de la mitad de las que hay en Argentina. Los países europeos que tienen altos niveles de contribuciones patronales, y que Argentina parece querer emular, son Alemania y Francia, que son precisamente los países que sufren las mayores tasas de desempleo y por ello están cuestionando severamente este esquema tributario. En la comparación con los países vecinos, la Argentina también queda en desventaja. En Chile las contribuciones patronales son muy bajas mientras que el impuesto a las rentas de las personas es lo que más opera, y Uruguay recientemente ha comenzado a transitar -con el actual gobierno del Frente Amplio- este necesario camino de ir reemplazando las contribuciones patronales por el impuesto a las ganancias personales.

Este es el mejor camino que la Argentina productiva y con una mejor distribución del ingreso puede tomar, pero para ello se necesita una discusión menos desapasionada y más reflexiva, en particular desde los sectores sindicales y desde los dirigentes políticos que tienen que ejecutar este tipo de cambios impositivos en el Congreso Nacional.