Cada palabra les arranca un cruce de miradas curiosas, enterándose de cosas. Como pocas veces, a pesar de compartir dos hijos y uno que viene en camino, Francisco Morello y Carolina Scadding están pariendo de adentro la historia de cada uno, la que les cuesta poner en un relato. Y mientras les va saliendo, van descubriendo olvidados detalles, sensaciones, recuerdos, dolores y aprendizajes. Además de haber nacido en una fecha patria -él el 9 de julio, ella el 20 de junio-, del mismo año "73 y haber elegido la misma carrera en la misma universidad pero en épocas distintas, los dos tienen otro pasado común: son hijos de víctimas de la dictadura, del golpe de Estado que sacudió el país hace 35 años.

Y por un capricho del destino, o por casualidad, cuando se conocieron y se gustaron, no sabían que habían dibujado de chicos casi la misma realidad, atravesada por mucha militancia peronista, operativos militares y la pesarosa pérdida del papá de cada uno. Lo supieron luego, cuando ya habían decidido encaminar una vida juntos. Y sintieron que no se habían equivocado al elegirse.

"Mis papás se conocen en Buenos Aires. Me tuvieron a mí en épocas convulsionadas. Ambos militaban fuertemente en grupos de apoyo. Mi mamá era estudiante y él, ingeniero químico. Un día 17 de marzo de 1977, él murió en un enfrentamiento armado cuando se lo querían llevar. Ya estaba separado de mi mamá y nosotros estábamos en San Juan cuando pasó", desmenuza Paco, como le dicen al hijo de la diputada provincial Lucía Gómez. El papá de Francisco se llamaba Ricardo Miguel Morello, era porteño y nunca conoció San Juan. Aquí no se enteraron de su muerte hasta 12 años después. "En 1989 recién lo supimos, porque el diario Página 12 sacaba avisos recordatorios de los desaparecidos y víctimas de la dictadura. Cuando lo vimos con mi mamá, nos pusimos a llorar. Al año pude ir a visitar su tumba, en el cementerio de Ezpeleta", cuenta Francisco. A su padre lo identificaron muchos años después de muerto, gracias al trabajo de Antropología Forense, tras encontrar su cuerpo en una fosa común.

Por lo menos él tiene dónde llorar, reflexiona. En cambio, el papá de Carolina es un desaparecido.

José Rolando Scadding llevaba en los años de plomo una vida aparentemente ordinaria. Tenía esposa, tres hijas y era imprentero en la empresa de Florentino Arias y en la UNSJ. Un 23 de octubre de 1976 se hizo de noche y José no volvió a su casa. Susana, la señora de José, volvió por la mañana al hogar con las nenas, tras haber estado en vela con su padre, pensando qué le había pasado a su marido. Se encontró con un allanamiento. Y ahí cayó en cuenta de que José era montonero. Con la desazón de enterarse que se lo había ocultado a toda la familia, se mezcló la certeza de que nunca más iba a verlo.

"Me acuerdo de los militares metiéndose en la casa, la metieron a mi mamá para interrogarla, le dijeron cosas obscenas, y se llevaron cosas. Después supimos que a mi papá se lo habían llevado la tarde anterior, cuando fue a avisarle a la esposa de Arias que también lo habían detenido a Florentino, y se encontró con un operativo en esa casa", cuenta Carolina el recuerdo que le quedó grabado, a pesar de tener sólo 3 años.

Con el tiempo, Carolina pudo reconstruir su pasado, pero poco hablaba del tema con su mamá. Cuando secuestraron a José, Susana era ama de casa y los años siguientes se las tuvo que arreglar para subsistir con las chicas. Fue enfermera en el Marcial Quiroga y después consiguió el lugar que ocupaba él en la UNSJ (ahora trabaja en el Rectorado). Carolina, que es la hija del medio, no lo vivió como un karma pero sentía que la miraban raro en la escuela.

"Me fui enterando por algunas consultas que hice, me encontré con gente que conoció a mi papá y me contaba", dice ella. Ahí interviene Paco: "yo no tuve esa suerte, por lo que mi papá era de Buenos Aires". Ella se acuerda que José la llevaba en bicicleta y que le gustaba jugar al fútbol y tiene varias imágenes de sus padres, del casamiento y de la vida feliz que llevaban en un barrio de clase media de Desamparados. A Paco, en cambio, le cuesta encontrar memorias sobre su progenitor y no tiene más que dos o tres fotos de él. Carolina dice que su padre posiblemente estuvo en el RIM 22, pero para ella todo es una gran duda: sus abuelos paternos murieron sin que el gran esfuerzo por averiguar la suerte de José tuviera resultados.

"Yo siento un gran orgullo por lo que hizo mi padre, que diera la vida por una idea", sintetiza Carolina, un pensamiento que también comparte con su esposo. Desde 2004, cuando se conocieron por intermedio de una amiga que los presentó, vienen hilvanando cosas, y aseguran que su pasado los fortalece y que no lo llevan como un estigma sino como una virtud: "tenemos una mentalidad de seguir para adelante, nuestra historia no es una mochila para nada", dice sonriendo Paco. Mientras ella no tiene nada que ver con la política, él -que es funcionario del Ministerio de la Producción-, heredó la militancia que su madre Lucía nunca abandonó. Los esposos van cuando pueden al Bosque de la Memoria que está en la Facultad de Sociales, donde visitan los árboles que simbolizan a sus padres de voz apagada en los "70. Francisco ya le quiere enseñar la marcha peronista a sus hijitos Joaquín y Constanza.