Café, cortesía y buenos modales. Dos operadores políticos de distintas fuerzas coinciden en torno de la misma mesita. En parte, por casualidad. Pero fundamentalmente por acción de uno de esos males necesarios de la sociedad llamado periodista. La conversación comienza fría y, lento, empieza a entibiar. El código entre ambos es el mismo. Las quejas, también. Ese indescifrable y preciado botín de todo candidato en tiempo de descuento para las urnas: lo que quiere la gente. Si alguien lo supiera con precisión, bueno, la conquista de afinidades sería un tanto más sencilla. En cambio, sólo quedan honrosas teorizaciones acerca de los afectos que manifiesta el sufragio, una vez consumado el asunto. Porque, eso sí, hasta que se abren las urnas, el encuestador más prolijo siente cierto resquemor acerca de la infalibilidad de sus números.
Puesto en términos hollywoodenses e interpretado por Mel Gibson, el tema fue titulado para los hispanoparlantes: "Lo que ellas quieren". En el film, el protagonista adquiere la habilidad de leer las mentes de las mujeres y, por lo tanto, dar en la tecla para agradarles. En consecuencia, manipularlas. En época de campaña electoral, un talento semejante sería impagable. Claro, es una fantasía total, pero no por ello poco anhelada (¿ensayada?) por los equipos de los candidatos.
"¿Y, cómo les fue en el acto de anoche?", pregunta uno de los operadores políticos a su colega interlocutor. "Y… la gente ya no va a estas cosas, entre 100 y 150 personas habrán sido", responde el interrogado. Y explica luego que la gente, en las caminatas de su candidato, le pide asfalto para el Lote Hogar, sin importar que en esta elección se elija diputados nacionales. Cuestiones tan intangibles como la calidad institucional -tan insistentemente pronunciada en el discurso opositor- no cuajan con facilidad en las barriadas donde las preocupaciones distan mucho de los debates del Congreso.
Que si tal o cual medio le da menos o más espacio al candidato. Que si esa selección periodística le resta posibilidades al postulante ante la consideración pública. Que si un titular de la prensa gráfica se convierte luego en la palabra repetida por decenas de locutores de radio. Todas medias verdades. O ensayos ante la impotencia de descifrar lo que pasa por la mente de los votantes.
El café se termina. Uno de los operadores invita la ronda y su colega se despide con un apretón de manos. El tema no queda liquidado.
