Si hubiera podido, si tan sólo hubiese tenido la oportunidad, lo habría atado con cadenas para que no se moviera de casa. Tal vez entonces, hoy, tres décadas más tarde, estarían juntos. Habrían pasado treinta años de días compartidos, de pequeños momentos, de almuerzos con risas y discusiones por cosas banales, de fiestas de cumpleaños y abrazos, de guardapolvos y cuadernos de tapas duras, de baile de egresados y primer intento al volante. Todo eso fue abortado. Y no pudo hacer nada para evitarlo. No tuvo elección.

Tal vez sus 39 años de edad le impidieron a José Rodríguez soltar las lágrimas cuando trató de contestar a la pregunta. Primero guardó silencio. Luego reconoció que era difícil decirlo. Tuvo que aceptar que algunas veces se le cruzó la idea por la cabeza, durante tantos años de ausencia: si hubiera tenido la posibilidad, habría atado con cadenas a su papá para que no saliera de casa aquel día.

Admitió que algunas veces todavía se le cuela ese pensamiento. Pero que inmediatamente después recapacita y ratifica su admiración por su padre, por haberse atrevido a pensar distinto y "soñar un mundo mejor para sus hijos".

Su papá era obrero y militante, dos pecados mortales durante la última dictadura militar. Hoy integra la lista de 30.000 desaparecidos denunciada por la Conadep.

José también reconoció tener una imagen idealizada de su papá. Al igual que la mayoría de los hijos de desaparecidos, tuvo que reconstruir aquella imagen a partir del testimonio de quienes lo llegaron a conocer. Esto, recién cuando se pudo hablar de los desaparecidos sin poner en riesgo la propia vida. En aquellos años negros, sólo se atrevieron las madres y las abuelas. El resto puso por delante su instinto de conservación. O, peor aún, se escondió detrás de la ingenuidad del que elige no saber. "Algo habrá hecho", rezaba el mandamiento. Mordaza de conciencias.

Tal vez el papá de José no haya sido un héroe. Acaso haya sido un tipo común. Imposible saberlo con certeza, a esta altura de los acontecimientos. Y eso es lo más doloroso: la imposición del no saber, del no poder saber, por el sólo imperio del terrorismo de Estado. Ni siquiera el derecho de una tumba. De una fecha de fallecimiento.

Puesto así, en palabras sencillas, de esto se trata la memoria pretendida desde el 2005 con cada 24 de marzo. Se trata de mantener vivas historias como la de José y su papá. No hay lectura política posible -no debiera haberla-, ni rédito personal para algún dirigente oficialista u opositor de turno. No hay caza de brujas. Sólo el debido proceso de la Justicia. Y la conciencia del nunca más.