Fue un diálogo sin rostros. Uno de esos momentos que permiten las nuevas tecnologías y que, de tanta habitualidad, se funden con las costumbres más añosas, como si hubiesen existido toda la vida. Bastó un comentario para provocar la cadena de respuestas vía SMS. El tema, claro está, lo ameritaba: la asignación universal por hijo menor de 18 años. "Los 180 pesos", como lo bautizó la gente.

En medio de la información de servicio acerca de los lugares dispuestos por Anses para la tramitación del beneficio y la documentación de presentación obligatoria, resultó impostergable plantear la discusión política sobre las bondades de esta nueva ayuda social ideada por el gobierno K.

Entonces llegaron los primeros mensajes. La mayoría en esta primera ola apuntó hacia la eventual situación de inequidad que están soportando los actuales trabajadores en relación de dependencia. Dijeron cobrar entre 35 y 50 pesos por hijo por salario familiar, en una clara desventaja numérica con la asignación universal que prácticamente los cuadruplica.

La reacción no se demoró. Fue un solo mensaje, pero con la contundencia de las cosas dichas sin lugar para dobles interpretaciones. "Trabajo ocho horas en negro y cobro 500 pesos mensuales para mantener a mis hijos. Los 180 pesos son una bendición". Puede haber variado alguna palabra respecto del texto original, pero el sentido es el mismo, con exactitud.

Continuó la reacción. Porque este trabajador no registrado tuvo que defenderse de los ataques que le profirieron otros interlocutores sin rostro.

La asignación universal por hijo es un beneficio para los más desprotegidos entre los pobres, según definió un funcionario del área social de la provincia. Además, tiende a suplantar las otras líneas de ayudas que frecuentemente permitían el manejo clientelar. Dicen que con esta nueva versión, esa manipulación, si no se elimina, se limita al extremo.

Sin objetar la nobleza del fin que persigue esta asignación universal, en la que el Estado asume la responsabilidad de colaborar con la manutención de los chicos hijos de padres desocupados o empleados en negro, alguien podría suponer que, en la práctica, se convierte en la paga mensual por la tarea de ser padre. Al fin y al cabo, la única "contraprestación" requerida por el beneficio es cumplir con el calendario de vacunación y la escuela.

Entonces asoma la cruda realidad -¿qué no tiene remedio?- de un Estado que admite un elevadísimo porcentaje de argentinos desocupados o que tienen trabajo pero en negro. Así las cosas, esta asignación universal bien podría asumirse como la declaración de impotencia oficial a la hora de garantizar un puesto de trabajo digno para cada argentino, con su correspondiente salario, acorde al costo de vida real.

La discusión, en este punto, no se agota. Y en verdad, para debatir, primero hay que tener la panza llena.