Buenos Aires, 10 de julio.- Aunque muestra una imagen de “femme fatale” absoluta, Marixa Balli tuvo una dulce infancia llena de comodidades y caprichitos consentidos por sus padres. En un reportaje, la bailarina contó secretos de su niñez y recordó buenos momentos en Mar del Plata, su ciudad natal.
“Me levantaban a las 6 de la mañana, me pasaba a buscar la combi por el barrio y volvía de noche. Todavía tomaba la mamadera… ¡Como me costó dejarla! Confieso que recién la largué a los 7”, reveló Balli a la revista Pronto, y no tuvo vergüenza en confesar que le costó aprender a tomar en taza.
Con todas las comodidades de una familia de buena posición económica, Balli iba a un colegio doble escolaridad y vivía en el barrio Los Troncos. Su papá era gerente del Banco Provincia de la central de Mar del Plata y su madre ama de casa.
La bailarina ya sabía desde chiquita su verdadera vocación. Como era muy inquieta, su mamá decidió mandarla a danza para que descargue energía. De ese modo, a los 4 años bailaba neoclásico contemporáneo y, un tiempo después, ya estaba en el teatro Colón.
“Vine a Buenos Aires a rendir un examen y quedé seleccionada entre 400 chicas. Toda mi familia se tuvo que mudar para acompañarme”, contó Balli sobre su experiencia con la danza.
La bailarina tiene un hermano mayor por lo que siempre fue “la nena” de la casa. “Vivíamos en un chalet muy grande y me subí al altillo, de espaldas, por una escalera altísima. Molestaba a mi perro, que me miraba de abajo, y en un momento solté las manos y me fui de boca al piso. Me abrí todo el mentón, y el médico no se explicaba cómo no me había quebrado la mandíbula. ¡Fue un milagro!”, relató la bailarina sobre una de sus travesuras.

