El Accidente Cerebrovascular (ACV) es la primera causa de discapacidad en Argentina y en el mundo. En el país se produce un ACV cada 4 minutos. Además, 9 de cada 10 pacientes que lo sufren padecen algún grado de discapacidad posterior. La neurorehabilitación interdisciplinaria es el único camino para la reinserción familiar, social y laboral de estos pacientes. Por eso, el mal merece una reflexión este domingo, en que se conmemora su día mundial.

La fundación INECO difundió que “después de un ACV nada es igual”. Vestirse puede ser una odisea, comer, ducharse, hablar o caminar se transforman en acciones vedadas. Cuando pensamos en lesiones cerebrales luego del ACV es muy común escuchar hablar de “secuelas” como consecuencias “inmodificables”. Sin embargo, el tratamiento en neurorehabilitación debe estar encaminado a la re-adquisición de las destrezas perdidas luego de la enfermedad, es por ello que el aprendizaje y la neuroplasticidad ocupan un rol preponderante.

Entre las secuelas más comunes del ACV se encuentran las que comprometen distintos dominios neurológicos afectando la motricidad, la sensibilidad, el habla, el lenguaje, la deglución, la vista, las funciones cognitivas y el ánimo, entre otras. Por otra parte, 18% de los casos vuelve a padecer un nuevo ACV después del primer año. Es por ello que los objetivos fundamentales en el tratamiento de estos pacientes radican en prevención de futuros episodios vasculares y conseguir la recuperación de los síntomas presentes.

El gran mito del “tiempo” en la Neurorehabilitación

Una gran cantidad de pacientes consultan por las secuelas de un ACV que sufrieron hace años, con la convicción de que es demasiado tarde para observar una mejoría. Muchos refieren haber realizado rehabillitación pero que “hace años” no hacen nada, y temen haber llegado a una “meseta”. Sin embargo, un paciente con secuelas de ACV puede mejorar inclusive años después del evento con un programa especializado de rehabilitación.

La ciencia detrás de la neurorehabilitación es la neuroplasticidad, y describe la facultad del sistema nervioso de cambiar su estructura y funcionamiento como reacción a las diversas situaciones y entrenamiento. Este potencial adaptativo permite al cerebro reponerse de lesiones adquiridas, como el caso del ACV, disminuyendo la intensidad y número de secuelas.

¿De qué se trata el ACV y cómo reconocerlo?

Existen dos variedades de ACV: isquémico y hemorrágico. Los ACV isquémicos se producen por la interrupción o bloqueo de una arteria que lleva sangre al cerebro, como consecuencia de un fenómeno de trombosis o de embolia, al bloquearse la circulación por cualquiera de estos mecanismos, ocurre una isquemia o infarto cerebral.

Los ACV hemorrágicos ocurren por una ruptura vascular, con la consecuente hemorragia cerebral. Este tipo, suele ser más abrupto, posee alta mortalidad y requiere, en algunos pacientes, un tratamiento quirúrgico inmediato.

La hipertensión arterial juega un rol crucial en ambos tipos de cuadros, siendo los individuos hipertensos mucho más proclives a presentar alguna de estas situaciones. De hecho, en el ACV hemorrágico, el 85% de los pacientes son hipertensos y alrededor del 50% lo son en el caso del ACV isquémico.

Mediante el reconocimiento temprano de los signos de un ataque cerebral y la búsqueda inmediata de atención médica, se pueden reducir considerablemente las posibilidades de muerte y discapacidad. Debemos sospechar que una persona está teniendo un ACV si presenta de forma brusca algunos de los siguientes signos:

Trastorno en el habla

Debilidad en un brazo (puede o no acompañarse con debilidad en pierna del mismo lado)

Asimetría facial

Dolor de cabeza de gran intensidad

Pérdida de la visión de un ojo o visión borrosa.

Dificultad para coordinar los movimientos, mareos, vértigo, dificultad para caminar.

*Asesoraron: Máximo Zimerman, jefe de la Clínica de ACV y de la Clínica de Neurorehabilitación de INECO. MN: 107597 ; y Jesica Ferrari, coordinadora de la Clínica de Neurorehabilitación de INECO. MN: 133706