"No me gusta, es un asco", suelen decir los niños ante el ofrecimiento de un nuevo alimento. "Comía de todo...¡y ahora solo come fideos!", rezongan los padres. Estas situaciones son cotidianas en hogares con niños pequeños ya que rondando el año y medio de vida, muchos bebés adquieren nuevas y atractivas habilidades: caminar, mejor bocavulario, correr, trepar. Todo les da una perspectiva nueva del universo y comer ya no les resulta tan divertido.

Bebés que comían "bien" de repente tiran todo. Dejan de comer. Se resisten a probar alimentos nuevos y cualquier actividad resulta más tentadora que sentarse a comer. Esto se llama Neofobia alimentaria y es el rechazo a incorporar nuevos alimentos o a algunos ya incorporados, y es un comportamiento absolutamente normal, si bien suele asustar a las familias.

"Se plantea que la neofobia alimentaria es una conducta ancestral de los seres humanos omnívoros, en la que, recelosos de un posible daño por alimentos nuevos, apartamos lo que no nos parece que tenga buena pinta", cuenta Sabrina Critzmann, Médica Pediatra del Hospital Elizalde (MN 148279).

Es normal que los padres se preocupen durante esta etapa. El fantasma de la desnutrición aparece y surgen dudas sobre cómo puede afectar a la salud de los pequeños el hecho de que coman menos o "poco saludable". Critzmann al respecto opina: "Los niños durante su primer año de vida triplican aproximadamente el peso del nacimiento. Esa velocidad nunca volverá a ocurrir. La necesidad de nutrientes a esa altura de su desarrollo ya no es la misma".

Mientras transitan la neofobia, los chicos se inclinan por comer cosas que puedan agarrar con la mano y se puedan llevar por ahí (y terminar escondidas adentro de un sillón, por ejemplo). También que no tengan mucho volumen y que aporten muchas calorías en pocos mordiscos. Allí es cuando aparecen los fideos, las papas y las patitas de pollo.

"La neofobia y la selectividad pueden durar mucho tiempo, generalmente resolviéndose alrededor de los 6-7 años y teniendo en cuenta, además que hay adultos muy selectivos, algunos por idiosincrasia y otros por haber sido ferozmente obligados de niños a comer ese alcaucil que odiaban", explica la pediatra.

Cómo atravesar la neofobia alimentaria

Para afrontar el problema, le pedimos a la Dra. Sabrina Critzmann  (MN 148279) que nos arme unos tips. Y aquí van:

Confiar en la saciedad de los chicos

Si no quiere comer más, es porque no tiene más hambre. En una época regida por el aumento vertiginoso de la obesidad infantil, todas las guías profesionales actualizadas están de acuerdo en algo: no obligara  comer. La responsabilidad del adulto empieza y termina en presentar comida con alto valor nutricional, y no en insistir ante un plato lleno de brócoli.

No desesperar

¿Crece bien? ¿Corre, juega, es feliz? Ningún niño/a muere de hambre si tiene alimento a mano. Ningún niño/a crece si no ingiere el alimento necesario. Es decir, si está creciendo, es que le está alcanzando. ¿Puede haber déficit de algún nutriente? Sí, el déficit más común es el de hierro, pero no tiene que ver con la cantidad que come un niño sino con la calidad que tienen sus alimentos.

No abandonar la variedad

Querer que “coma algo” nos lleva a correr al niño por la casa con el postrecito industrial, la patita de pollo o el fideo, lo único que acepta. No hay necesidad. Es nuestra responsabilidad ofrecer, si no lo acepta en este momento, será más tarde. Si no come nada del plato, se le ofrece después. Circunscribirnos a una comida sola porque “le gusta” es cerrar el juego a otras posibilidades nutricionalmente más saludables.

No premiar ni castigar

“Si no comés no hay postre”, “te vas a dormir sin comer”, “con la comida no se juega”, solamente genera una sensación de premio-castigo. ¿El postre es mejor que el resto de la comida, ya que es un premio? ¿Hay comidas “buenas” y comidas “malas”? El nutricionista español Julio Basulto, en su libro “Se me hace bola”, explica que lo mejor es evitar el peso emocional en la comida. Si el niño/a hace un berrinche (muy común de la edad) porque no le gustan las chauchas, nos quedamos tranquilos y podemos decirles “Ah, mirá, a mi tampoco me gustaban las chauchas a tu edad”, y seguir comiendo. Sin mucho más drama.

Dar el ejemplo

Si nosotros no comemos verduras porque no nos gustan, ¡no podemos pretender que el/la niño/a coma verduras! Está bueno tratar de que todos comamos lo mismo, y aprovechar el inicio de la alimentación complementaria como un cambio de hábitos familiar. Lo más probable es que, de tanto ver el tomatito cherry en nuestro plato y decir que no le gusta, un día lo agarre y lo ponga en el suyo, y otro lo pruebe, y a la semana se enamore.

Planear las compras 

Si las galletitas (sobre todo las galletitas…), los postrecitos, las golosinas y las papas fritas están a mano…¿cómo no quererlas? ¿Cómo no consumirlas? El picoteo de lácteos y harinas es típico y lleva, posteriormente, a no desear almuerzo ni cena. Si no está en casa, no se come.

La leche sola no alimenta

Los lácteos de vaca no reemplazan a la comida. Es muy común el “no come pero al menos me toma la leche”. Grandes cantidades de lácteos al día generan carencias nutricionales como también las generarían vivir a mandarinas.

Si el niño toma leche materna, destetar NO es una sugerencia. La Organización Mundial de la Salud sugiere lactancia materna hasta mínimo 2 años, y luego el tiempo el que binomio decida. Destetar NO va a aumentar el apetito ni hacer que “coman mejor”. La leche materna siempre nutre.

Dejarlos que participen en la cocina

Que le pierdan el miedo a los cuchillos, al fuego, a los condimentos (por supuesto, todo adaptado a la edad). Que entiendan que son capaces de producir su propio alimento y no depender de productos ni de delivery. Que se sientan orgullosos de lo que pueden hacer. Que acompañen a comprar la comida. Dar una vuelta por la verdulería, dejarlos elegir alguna fruta o verdura que les llame la atención. Dejar frutas y verduras “a mano”. Nadie se resiste a una bandeja de frutas cortadas sobre la mesa. ¡Algo vas a agarrar! Permitirles ensuciarse, tocar texturas, pintar con comida. Sí, mucho para limpiar, pero niños con experiencias sensoriales felices que los acercan a los alimentos.

Predicar con el ejemplo

Dar el ejemplo siempre es la clave. Si nosotros como adultos comemos sana y tranquilamente, y nuestros hijos ven eso, de a poco se incorporarán a nuestra alimentación. Paciencia y mucho amor. Esto también pasará.