El documento de Amancio Mallea da fe que el 8 de mayo cumplirá 90 años. Pero en realidad serán 93 velas las que soplará ese día. Nació en 1928 en Punta del Agua y tres años después fue anotado en la oficina del Registro Civil de Huaco. La reconstrucción de la historia de este pueblo es en buena parte posible gracias a este hombre de tupido pelo entrecano. Aunque tiene algunos achaques de la edad, se erige como el último custodio de la enorme estancia. Su vida está ligada a Doña Josefa Molina (87), su mujer, que llegó con 22 años al pueblo para dar clases en la Escuela Nº96 y nació un amor inquebrantable que a la fecha goza de buena salud y que tiene en su haber 7 hijos.


Su tatarabuelo, su bisabuelo y su abuelo caminaron las otrora ricas tierras de Punta del Agua. Don Amancio mantuvo ese legado. Los Mallea vivieron el nacimiento, el esplendor y la decadencia del pueblo. La lucidez con la que recuerda apellidos, fechas, lugares y hechos salientes, son propias de un veinteañero. Su hija Cristina asegura que cuando va a la estancia "no hay quien lo pare". 


Don Amancio ha sido determinante para que lo poco que queda en pie de Punta del Agua se mantenga casi intacto. En ese lugar al medio de la nada, sin señal de teléfono y ni un solo lujo, lo elige como su lugar en el mundo. Cuando comenzó el éxodo de habitantes, allá por mediados de 1950 y hasta que cerró la escuela, estuvo firme ganándole metros al desierto con plantaciones de cebolla y otros cultivos, al igual que criando animales. Y en los últimos 40 años, la época que marcó la agonía de la estancia, siguió junto a Josefa cuidando el lugar, la escuela, las viejas casas de los maestros y un puñado de dependencias que se mantienen en pie. Conoce esos campos como la palma de la mano, añora los tiempos donde el Bermejo traía agua a borbotones -"hasta acá de alto (levanta su mano hasta metro y medio de altura)", asegura- que servía para regar las cientos de hectáreas de las familias que arrendaban porciones de tierra para poner trigo, maíz, cebada, alfalfa y otros cultivos. "Imagínese 2.200 hectáreas regadas a manto, ¡mire si había agua!", recuerda.


En la charla, se hace lugar para rememorar esos momentos de entretenimiento que había en el pueblo. La celebración en honor al patrono de Punta del Agua, San Isidro, era el evento que movilizaba a todas las familias: "Todo el pueblo se volcaba a la calle, venía hasta la banda de música de Jáchal. Era una fiesta religiosa pero muy popular".


Cristina, una de sus hijas, escucha la entrevista atenta y le hace acordar de cuando jugaba al fútbol, en el Sportivo Estudiantes, cancha que estaba en la punta de la estancia, "ese club lo fundó Don Pedro Molina, un maestro que estuvo como 15 años". A Don Amancio apenas la pandemia lo separó de su tierra y se vino a la ciudad por pedido de sus hijos, pero allí nació, allí vivió y, como asegura a viva voz, seguramente allí morirá.