Ester Algañaraz (69) recuerda y aún se quiebra. Confiesa que a lo largo de los años, los llantos y los gritos de los heridos es lo más recurrente en su mente cuando cierra los ojos en las noches. Luego de la guerra, nunca más volvió al Hospital Naval de Puerto Belgrano (en el sur bonaerense), donde como enfermera atendió a los soldados que llegaban mutilados de las Islas Malvinas. Sin embargo, aceptó una invitación y hoy la sanjuanina será la abandera de las enfermeras en el acto que por Día del Veterano de Guerra y los Caídos en Malvinas se realizará en Punta Alta, a 40 años de la gesta.

Toda una vida. Ester Algañaraz se recibió de auxiliar de enfermera en 1975 y al tiempo ya trabajaba en el Hospital Naval. 

Para ella será "un honor", dijo, volver a aquel hospital cerca del mar y fundamentalmente será un alivio en la lucha que ya lleva cuatro décadas, la de reivindicar a muchos protagonistas de la guerra que quedaron fuera de las menciones y los reconocimientos. "Han sido 40 años de olvido. Tanto para nosotras, las enfermeras que atendimos a los heridos de la guerra en suelo continental, como para muchos otros a quienes una decisión política les quitó sueños, vida y futuro", confiesa Ester, quien vive en Catamarca desde 1985.

El terremoto de 1977 la llevó lejos de San Juan. Hasta entonces trabajaba como auxiliar de enfermera en el hospital Rawson y como telefonista en un sanatorio. Su hermano ya estaba en la Marina y le dijo que probara suerte en Punta Alta y le fue bien, porque en noviembre de 1979 entró al Hospital Naval.

"La guerra me encontró ahí. Y tuve miedo, fundamentalmente por mis hijos, que tenían 9 y 7 años. Los dejaba solitos porque los turnos se extendían cada vez, a medida que llegaban más heridos en transportes aéreos. La mayoría de ellos estaban mutilados, unos tenían marcada una M porque les habían dado morfina y no olvido nunca la noche en la que llegaron los heridos del Belgrano. Fue impactante", le cuenta Ester a DIARIO DE CUYO.

En Catamarca. Ester donó su ropa de trabajo y objetos varios de la guerra a un museo en Catamarca.

Si bien asistió a cientos de heridos, la enfermera sanjuanina rememora cada vez que puede la historia del soldado Sosa. "Era correntino y tenía pies de trinchera, por lo que debían amputarlo. Lo encontré llorando con una carta en la mano y me acerqué. No sabía leer y yo lo ayudé, después le pedí que me dictara una carta para su familia. Era prácticamente un niño que no sabía leer y lo mandaron a la guerra. No sobrevivió la cirugía y hasta hoy, 40 años después, me sigue doliendo como el primer día. Nunca conocí a su familia pero en el hospital quedó el casco del soldado Sosa, lo guardé y hace unos años lo doné a un museo de Catamarca", relata Ester.

Con el regreso de la democracia y decreto presidencial mediante, en 1985 Ester dejó el Hospital Naval. Su nueva vida la llevó a Catamarca, donde ejerció la enfermería hasta jubilarse y allí logró avances para visibilizar la tarea de los olvidados de Malvinas.

"Nunca me arrepentí de haber elegido la enfermería y por algo Dios quiso que estuviera en aquel hospital durante la guerra. Si bien no pude dejar de sentir mucho dolor en ese momento, poder cuidar, comprender y brindar amor a seres humanos en momentos tan difíciles hizo que sea una agradecida de mi profesión", dice Ester, que hoy se reencontrará con el lugar que le cambió la vida.