Este año hubo demasiado esfuerzo de todos, pero hay cosas que no dependen sólo de la buena voluntad. Por más que los docentes hayan tenido que reinventarse, que las autoridades hayan generado múltiples vías de contenidos, que las familias hayan redoblado dedicación en un contexto económico y emocional adverso, el acceso real a la educación sigue poniendo gente a un lado y otro de la brecha. Una brecha que, pandemia mediante, no hizo más que intensificarse. Poder acoplarse a una lógica de educación online no sólo requiere una buena conectividad, variable que en la provincia sigue dejando mucho que desear. Sobre todo cruzando los límites del Gran San Juan. También hace falta otro tipo de recursos, que determinan un verdadero acceso más allá de papeles y estadísticas. Los padres durante este año tuvieron que asumir un rol por lo general atípico, el de explicar de cero muchos contenidos pedagógicos. Pero sobraron los casos en los que no se pudo lograr. Llovieron quejas del tipo de "cómo puedo enseñarle a mi hijo algo que no sé". Ese déficit es una deuda histórica del sistema educativo en todo el país, saca a flote viejos baches y desigualdades que nunca fueron superados. La brecha es justamente ese límite, sinuoso y gris, entre quienes realmente acceden y quienes no, más allá de internet, de la capacidad de comprar materiales pedagógicos para cumplir con las guías, de los recursos de plata y tiempo para acompañar a los estudiantes. La brecha es social y estructural. Y seguirá en las aulas mientras no haya un proceso de cambio profundo.