No sabe de tecnología. Sus puños son su herramienta. Se levanta cuando aún no sale el sol y recorre las calles de Alto de Sierra, Santa Lucía, durante todo el día. Así es la vida de Carmen Manzini, una mujer de 38 años que amasa todos los días para mantener a sus cinco hijos. Sus semitas calientes con chicharrones son el deleite de los vecinos de Alto de Sierra, sobre todo de la zona de la curva, antes de llegar al puente.

En acción. Es usual que a Carmen la paren mientras va en su moto para comprarle pan o semitas. Los vecinos conocen su recorrido.



Todo lo hace a pulmón. Durante el día, su cocina se convierte en panadería y en la mesa arma las semitas con abundantes chicharrones y las reparte ni bien termina su cocción. Hornea en una cocina doméstica y sus manos son la única amasadora que conocer. La mujer sueña con tener una máquina y un horno porque dice que le sobran clientes, pero no da abasto con la producción. "Me ayuda mi hijo de 19 años, pero así y todo no es suficiente. No me cabe más de 6 pancitos en el horno de la cocina. La falta de estos artefactos hace que no pueda producir más. Siempre hay gente que se queda esperando más semitas", contó Carmen, que vive en el barrio Rural II, de Santa Lucía.

Carmen necesita una amasadora para poder tener más trabajo.

Carmen no es de las que sale a pedir que la ayuden. Está acostumbrada a trabajar y así educó a sus cinco hijos. Tal es así que afirma que ni siquiera tiene tiempo para ir al Centro Cívico a pedir artefactos porque no puede dejar de trabajar.

Entre amasijo y amasijo se las ingenia para llevar a los más chicos a la escuela y hasta para realizar las tareas domésticas. Así, cada día sale en su moto que adaptó para poder trasladar las semitas y los panes. La mujer colocó cajones alrededor del ciclomotor para cargarlos de sus productos caseros. También puso una caja de plástico en la parte trasera. Y así le rinden más los viajes. Por la mañana abastece a varios almacenes de la zona y por la tarde hace domicilios. Por la zona de la curva de Alto de Sierra, es usual ver gente que sale a la calle cuando la ve pasar en su moto azul, para comprar sus tradicionales semitas, que siempre las entrega calientes.

"Fue mi mamá la que me enseñó a amasar cuando yo era chica. Luego mis suegros tenían una panadería y aprendí más con ellos", dijo la mujer. Sin embargo, asegura que la magia no está en las recetas sino en el cariño que pone a la hora de amasar. "Pongo todo de mí, porque además sé que a la gente le gusta", contó Carmen, quien estuvo un tiempo si amasar para hacerse cargo por completo de su hijo más chico. Pero en los últimos meses la situación económica se le complicó y comenzó nuevamente con los amasijos que tan famosa la hicieron.